viernes, 9 de diciembre de 2011

La pecera.

Madrid despierta de sus sueños
y los amantes dan fin a su aventura,
las montañas de tus sábanas
son el reflejo de tus sentimientos
mientras yo tomo mi tercer café del día
reflejo de mis dudas y tus silencios.
Vuelve a despertar esta pecera
de peces ahogados en sus tinieblas,
de espejismos económicos y castillos en el aire
creados por tiburones trajeados
que se comen a peces trabajadores.
Un hombre gris grita en mi portal,
un coche rojo lleva a la grúa en brazos,
y yo vuelvo a pensar si la indiferencia y el olvido
pasan a ser la mejor solución,
pero a tu geranio le dio por sonreir,
y sigo sin saber si tus suspiros llevan mi nombre,
y mientras tanto, el alba se rompe,
como la taza del mendigo de la esquina,
que hoy no pedirá en la puerta de misa,
el frío de la pecera lo terminó de hundir;
igual que a la vecina del quinto,
que ya no pudo continuar fumando,
sus pulmones negros borraron su sonrisa;
sonrisa que no lucirá el tiburón blanco,
ayer bajaron sus acciones,
y otra familia nueva alquilará habitación en la calle,
la cuales se encontrarán desiertas,
sin voces ni protestas,
sin recuerdos ni a mayo ni a París.
Y con todo, te miro y sonrío,
nunca he podido dejar de hacerlo,
ni siquiera sabiendo que no es posible,
que no eres para mí, que soy insuficiente,
que el miedo ha hecho el resto,
y que no lograré tenerte.

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