miércoles, 31 de enero de 2018

Valencia se hizo británica

Ese fin de semana de abril la historia vino a verme y a cambiarse, por lo menos a que le dé otra visión, a darme la oportunidad de añadir un capítulo más a una historia que consideraba mía, cuando casi ni había historia. Hacía dos años, ocho meses y catorce días que no la veía y que creía que la historia se acababa ahí, en dos besos de despedida a la salida de la discoteca, pero me equivoqué. El azar, la casualidad, el destino o al fin y al cabo, las historias tienen estas cosas. Irene venía a Valencia a pasar el fin de semana con los de su residencia universitaria de Valladolid, y en cuanto me lo dijo no dudé un instante en que debía verla, no importaba dónde, cuándo y cuánto tiempo.

Después de insistir para quedar con ella, acordamos vernos el viernes por la noche y les haría de guía por la noche valenciana. A las once y veinticinco de la noche llegué a su albergue, me invitaron ella y sus amigas a la habitación a beber; estaba nervioso, de hecho, estuve nervioso desde el miércoles que me enteré que venía. Subí a su habitación, pequeña, seis camas, sin baño y sin apenas espacio para sentarnos, vamos, lo que viene siendo una habitación de albergue juvenil. Bebimos, yo de mi botella de ron con Fanta de naranja, Irene lo mismo pero de la suya.

En la habitación éramos seis, sus cinco amigas y yo; y luego por el albergue varios compañeros de la residencia. Fueron muy amables y simpáticas conmigo todas, hablamos, contamos anécdotas, reímos, bebimos, fumamos cachimba, debatimos de política...me sentí integrado fácilmente, excepto que me perdía con algún que otro cotilleo de Valladolid o cuando mencionaban algún lugar de esa ciudad. Se me hacía extraña la situación, estaba bien pero se me hacía raro ladear mi cabeza a la izquierda y ver a Irene sonreír, verla hablar conmigo, explicarme las mechas rubias que se había hecho, el roce de su mano con la mía al pasarnos la cachimba...seguía preciosa, el tiempo no había pasado por ella, o quizás sí y el tiempo le hubiera mejorado, aunque no miento si digo que las mechas no le quedaban muy allá cuando se las hizo (me enseñó alguna foto), pero ahora apenas se le notaban. Seguía siendo fría, seguía teniendo la sonrisa enigmática y la mirada penetrante, verde, tal y como la recordaba. La buscaba a cada rato, buscaba el momento en el que las demás debatían para hablar con ella de forma íntima. No podía parar de sonreír al ver moverse sus labios, aunque intentaba disimular.

Salimos cuando casi eran las dos de la madrugada, había propuesto ir a una zona de fiesta de Valencia que se llama Aragón, al lado del estadio de Mestalla. Por el camino, Irene y yo nos adelantamos, por fin podíamos hablar a solas. La conversación empezó intrascendente, sobre la carrera, Valladolid, parte del futuro, etcétera, hasta que le sondeé si tenía novio, a lo que contestó que sí. Mi corazón se paró un instante pero no me descompuse, al menos ahora si no pasaba nada sabía por qué sería, tenía una respuesta, y eso era más que lo que tuve en su día en 2011. Hablamos sobre su relación, llevaban tiempo, rompieron una vez pero volvieron, ella le quería pero no es una chica de mostrar sus sentimientos, sigue fría como una roca, la voz inquebrantable en momentos que a mí me habría temblado como contar que si en algún momento le vuelve a engañar, ella lo dejará, que conoce a sus padres pero él no a los suyos y que por ejemplo, ella ni siquiera lo tiene en Facebook. Parecerá una tontería, pero andábamos al unísono, hablábamos con facilidad, sentía que se me hacía corto el camino.

Llegamos demasiado pronto al bar prometido. Media hora después, fuimos al de al lado. Ahí la escuché cantar ciertas canciones que harían que los días siguientes me acordase de ella. Al rato, les recomendé otro sitio, una especie de discoteca donde ponían rock.Se me hacía raro caminar a su lado por una zona casi habitual de mi día a día, se me hacía raro tenerla tan cerca, de hecho, hoy recordando aquel momento, siento que fue como un paréntesis que la realidad me quiso brindar. Anduvimos soltando una broma tras otra, quizás en ese momento ya estaba algo más serio que al principio.

De pronto me golpeó el momento casi decisivo de la noche. Llegados al lugar indicado, Standby, le dije que no iba a entrar, que al día siguiente iba a madrugar y que me gustaría hablar con ella para despedirle en condiciones. Aceptó. Sus amigas me pidieron que entrase, pero negué con la cabeza y expliqué los motivos, me despedí de ellas e Irene les dijo que entraba en cinco o diez minutos. Se apoyó en una farola, meses más tarde yo me apoyaría en esa misma farola y suspiraría recordando el momento. Estaba preciosa, seguía preciosa. Comenzamos a hablar como si tres años sin vernos no fueran nada, como si nos conociésemos de más, era fácil tener afinidad con ella. Me dio las gracias por la 'tourné', había sido un buen guía según me dijo; también había mejorado su visión hacia mí, ya era algo más que unos cuantos besos una tarde de julio en Inglaterra y un chico que va detrás de ella todo el mes con una pose absurda de escritorucho de aires melancólicos, al menos ahora era un amigo con el que poder conversar. Me intenté esforzar por mostrarle que podía confiar en mí para hablar si necesitaba hablar con alguien, pero seguía tan fría como siempre. No recuerdo cómo fue pero comencé a decirle que en ocasiones me acordaba de ella, que era un desastre, que me cada dos por tres la cabeza me daba vueltas y que parecía que había para cosas que no estaba hecho.

-Para lo que tú dices que no estás hecho, a ti te dura 10 meses y a mí 15 días -dijo ella sonriendo

-Quizás por eso me gustes tanto -se me escapó mientras suspiraba

-No me conoces, Diego

Quise replicarle pero seguramente tenía razón, sin embargo hay algo que me dice que en ciertas conversaciones me daba más oportunidad de conocerla de lo que muchas personas que le rodean la conocen. Su mirada gélida también habla, sus gestos. Esta vez para lo que decía que ella no estaba hecha le duraba más de 15 días.

-Te pediría un beso, pero teniendo novio no lo veo moralmente correcto -reí y su mirada se clavó como un puñal- aunque tampoco me lo ibas a dar.

Dejó en el aire la posibilidad de vernos al año siguiente, unos amigos suyos vendrían a vivir a Valencia y ella quería visitarlos, quizás sea una de las pocas balas que me quedan en la recámara para que pase algo. Los dos besos y su figura desvaneciéndose dentro del Standby cerraron la noche. Caminé hasta mi casa, me tumbé y una sonrisa amarga recorrió mi cara, no había conseguido besarla, pero al menos sabía por qué: tenía novio; le añadía un factor de dificultad pero a la vez una esperanza.