viernes, 10 de agosto de 2012

Lady Amsterdam

Lugar rodeado en rojo
cuna de pintores y diarios,
curvas reflejadas en sus aguas
canales que reflejan esos ojos.
Paraguas frente a la estación,
calles con nombre impronunciables
y plazas con aroma a dulce en el ambiente.

El poema que nunca escribí,
la carta que nunca mandé,
las palabras que quedaron a mitad de decir
y la pregunta con sabor a café.
Cubren las nubes el cielo,
visten de gris tus calles,
sopla el viento y sonríes,
reflejan tus figuras los canales,
serpentean rojas las luces de tu cuerpo
dando color y nombre al barrio,
camino perdido entre las sombras,
admiro confuso tus labios,
se mueven y me gritan,me llaman,
tientan suerte entre las plazas,
en los trenes de camino a un sin rumbo
y en las noches con sabor a nada.

Sigue el hielo en tus calzadas,
eres frío y ardes, quemas,
acercas tu calidez y tu alma
se me escapa entre las yemas,
aproximas tu lado humano,
pareces cosa del destino,
congelas mis pasos, mi voz;
agobias, pesas y aceleras el camino,
eres recuerdo y presente,
fantasma en los cristales
y miedo a lo pendiente;
somos escapadas a media tarde,
sabor a frío año nuevo
a un dos en medio de todo
y a un nada de regreso a casa.
Al final, es una experiencia solo,
recuerdos vagos y aventuras,
el tacto de su seda,mi mano agarrada,
fantasía, fotografías, irrealidad,
al final solo es ella, Lady Amsterdam.

sábado, 4 de agosto de 2012

El maquinista #interrail2012

De pequeño dibujaba viejas locomotoras cruzando las montañas, de normal rojas o negras, con su chimenea y su humo, y por supuesto un hombre que dirigía aquel trasto dibujado de una manera simple sobre un pequeño folio pero que yo imaginaba como un gran aparato, con elegancia, fuerza y una singular belleza, ese hombre que yo dibujaba de mala manera y con una gorra curiosa, era el maquinista, el guía de aquel aparato de hierro y metal que recorría el mundo de ciudad en ciudad con el humo, el traqueteo y un agudo silbido como seña.
Hoy, años después de esos dibujos infantiles, en vez de dibujar escribo quizás con la misma deformidad que entonces trazaba sobre el papel, o quizás un poco más claro, pero poco queda de aquellas locomotoras que salían de mis lápices de color, ya no hay humo, ni chimenea, ni silbido y en muchas ocasiones apenas hay traqueteo (y se agradece, ventajas de la tecnología y tal);  pero sigue sobreviviendo de una manera o de otra la figura del maquinista, quizás con diferente papel que antaño, quizás no, seguro, pero ahí está ese tipo que dirige y manda al tren y sus pasajeros de estación en estación.
Como dije, años después de aquellos garabatos, me enfrenté al reto del interrail, una aventura que, como el nombre indica, se construye entre railes y con el tren como denominador común entre ciudad y ciudad, y por supuesto en él el maquinista.
Y de ciudad en ciudad que íbamos (y digo íbamos porque estas aventuras que mejor que vivirlas con esa gente que sabes que harán esos días inolvidables) , sólo unas fueron las elegidas,Barcelona, París, Amsterdam, Berlín, Praga, Budapest y Milán, eso sin mencionar aquellas que fueron enclaves estratégicas de paso durante nuestro trayecto, ejemplos como Perpignan, Innsbruck o Niza, que disfrutaban de nosotros tan sólo porque pasábamos por allí. Cada sitio, una pequeña casa en forma bien de albergue, de hostal o de hotel de casi lujo, en cada uno de nuestros destinos anécdotas por doquier que no caben en estas líneas, en cada emplazamiento gente nueva, algunos turistas-interraileros, como nosotros, y otros propios del lugar, aunque menos; y por supuesto, en cada ciudad un nuevo mundo por descubrir, una belleza nueva que averiguar y una cultura de la que aprender. Y aunque no siempre fuera fácil, sonreías al llegar a cada ciudad, al bajar del tren y respirar un nuevo aroma,  al girar la cabeza y dejar el tren atrás, ese otro pequeño mundillo que te acompañaba en cada viaje y que presidía con sus decisiones el maquinista, que en esos momentos se elevaba a la categoría de conductor de nuestros sueños, y él aunque no se diera cuenta de sus pasajeros, ni siquiera nosotros de él, dependíamos de su trabajo para llegar, de su esfuerzo y profesionalidad para poder coronar otra estación y abordar así nuestra siguiente aventura.
Así una y otra vez, de parada en parada, de albergue en albergue, de bar en bar, de parque en parque, de tren en tren y lo que significaba de ciudad en ciudad, haciendo que nuestro verdadero pasaporte fueran nuestros billetes de tren, que éste medio fuera nuestro único camino, que los otros 4 compañeros fueran tu propia familia y que tu casa fuera el albergue/hotel/hostal en el que esos días te hospedaras, pero con un protagonista de fondo, el maquinista, ese señor que en cada ciudad en la que tú bajabas cambiaba de nombre, de historia y de aspecto, pero que seguía siendo el conductor de tus sueños, el verdadero guía de todo aquello que hacía posible que esos 15 días de aventuras y locuras entre railes fueran una de esas experiencias que jamás podrás olvidar en la vida.