lunes, 13 de agosto de 2018

El club de los poetas de otro mundo

Encandila el ambiente
el sonido de otra copa
golpeando la taza de café
del que quedan restos y perjuicios
donde adivino futuro y seña
donde predigo pasado y derrota
meteorólogo de pieles y escarchas,
nieves frías en Ávila,
lluvias secas en su boca,
lunas de bares y alcoholes,
soles de papeles y cartones.

Nos reunimos los viejos idiotas
en la misma barra de siempre
del club de los poetas de otro mundo,
esos que sueñan con vivir entre líneas
y ser personajes de novelas,
los que se pierden entre besos y defectos
y en insurgentes primaveras
esos que habitan en miradas azules
y entre sonrisas y encuentros.

Se masca entre el aire y los recuerdos
el último sin sentido del capricho
Y el penúltimo sabor amargo del estar cuerdo,
Mientras que la ultima musa,
con doctorado en sonrisas y escapismo,
Reina en ilusiones y espejismos
presume de Ken, coche y desliz.
Pero el club continua lleno
De malandros, poetas y putas,
Socios de una misma clase,
Abonados a una misma locura,
Vidas de sueño y despertares,
Vida de desventuras y pesares.
Atrás quedaron las islas por conquistar,
Ser de los Idiotas que se enamoran,
Los soldados de batalla sobre el mapa,
La esperanza a bailar con la mas guapa
Y el tartamudear si me habla;
Se prohibe hablar del creer
del amor, sus locuras y sus artes
De preguntas sin respuesta, de ilusionarse,
Se prohiben los juegos y las amantes,
Pues ya no pido excusas ni perdón,
Paso de ser juez y parte,
Murió el hombre en tus rechazos
Firmo mi ultima declaración
Renegando cualquier cosa de dos
Hacia los habitantes de un país difuso
Desde el Club de los poetas de otro mundo.

lunes, 21 de mayo de 2018

Las tres de la tarde

Coco caminaba por el césped, acercándose a las copas de los árboles y a las ramas caídas a dejar su impronta de perro macho. Él marca territorio meando entre las plantas mientras que algunos bípedos lo hacen marcando músculos y mezclando expresiones rosas con pronombres posesivos llenos de testosterona. Iba a comenzar a darle vueltas al asunto pero me dejé llevar por esa extraña alternancia con la que a veces suelen conectar varias ideas. Qué fuerte lo de los loros en la Alameda, pensé mirando hacia arriba, como son verdes se camuflan mucho mejor que las palomas y ni los depredadores van a por ellos ni las presas perciben su presencia. Cómo lo supo ver Darwin.

Más que caminar, me dejaba llevar por el impulso de Coco. La verdad es que la prisa no era el ritmo que se desprendía de mis zapatillas. El sol de mayo era más que agradable y el juego de sombras que se forma en la Alameda en mitad de la ciudad invita al 'silbeo' más que a cualquier tipo de traslado. Al fin y al cabo, sobre el asfalto caían las tres de la tarde. Una hora curiosa, pensé, eso sí, volví a reflexionar, las tres de la tarde en España, porque las horas tienen un valor diferente en cada país. Mi padre me ha contado más de una vez que de joven en Venezuela se levantaban a diario a las cinco de la mañana, pero se acostaban a las ocho de la tarde. ¿Y qué es eso de los británicos de cenar a las seis?

Pero volviendo al caso español y a la hora que marcaba como curiosa, a las tres de la tarde, igual que mucha gente, yo terminaba mi jornada laboral unos días, -aquel día, por ejemplo- mientras que otras semanas, las tres de la tarde era la hora de inicio. Quizás podríamos plantearnos las tres de la tarde como el verdadero mediodía en España, el punto de equilibrio exacto a lo largo de la jornada. Sin embargo, volví a plantearme, hasta hace no mucho y en más de una ocasión todavía, las tres de la tarde era significado de vacío. No pasaba nada a esa hora. No podías llamar a alguien a las tres, aunque hubiera comido a las dos. Las tres de la tarde es la pasividad de los 40 grados del verano golpeando el reloj, la congelación del tiempo, el punto cero.

Y fue en ese debatir alocado en mi cabeza cuando la vi pasar. Quién sabe si estaba escuchando mi teoría de las tres de la tarde como el punto de vacío, pero a su andar, todo se detuvo. De mis absurdas ideas pasé a acordarme de lo que ella había sido para mí. Caeré en los estereotipos pero estoy seguro que los cumplía todos. De niños anduvimos agarrados de la mano en la guardería. Nos volvimos a encontrar con 12 años con la vergüenza y la pubertad en pleno apogeo. Volveríamos a acercarnos, por esa mezcla entre la casuística y la causística en segundo de bachiller. A los 17 son las dos de la tarde, la hora antes de que todo cambie.

Caí rendido bajo el hechizo de su rutina. Sus 17 años eran la alargada sombra de la perfección. Siempre sonreía. Hablaba con el tono más dulce que jamás se podía imaginar, excepto cuando se indignaba con algo; en ese momento marcaba los tiempos de forma más brusca, directa, tajante. Eso sí, sin levantar la voz. Sus trazos estaban pulidos por los cánones clásicos, griegos y romanos habrían dado lo que fuera por recorrer su cuello con los dedos. Yo, en aquellos momentos, también. Le escribía poemas adolescentes, de esos que adolecen de métrica, ritmo y hasta sentido, pero ella siempre sonreía al leerlos. Nunca supe si sabía que eran para ella, si era la musa de mis noches en vela o si se pensaba que aquellas líneas hablaban de alguien imaginario.

La vi de lado, como estaba acostumbrado a verla en clase. Hablaba por teléfono como solía hablar con su compañera de pupitre cuando no sabía muy bien cómo resolver un ejercicio de la pizarra. Su pelo liso describía las curvas del aire abrazándola. Por un momento dudé si era ella. A estas horas en las que no pasa nada, ¿cómo puede ser que nos crucemos? Las tres de la tarde no es una hora para reencuentros, no es la hora de las grandes conversaciones, ni la de derretirse por sus sonrisas pasadas. Todos imaginamos los grandes momentos en una situación idílica. Puede ser de noche, con una luna llena y el cielo estrellado; o en un atardecer naranja con los pájaros buscando el refugio de un nuevo día. También puede llover, no chispear, no, llover, de esa forma en la que solo llueve hacia abajo y pese a empaparlo todo, permite un respiro para colarse debajo de un paraguas y decir las palabras que nunca habrías podido decir bajo un sol aplastante a las tres de la tarde.

No, al mediodía, a plena luz del sol nadie se pone romántico ni épico. Porque así nos lo han enseñado. Los mejores besos se dan en situaciones de noche o lluvia, no bajo la claridad del día. La claridad del día no queda bien en las historias, ni en los fotogramas, ni en las portadas de los libros. La claridad del día es para que los chiquillos jueguen, no para que los adultos se muestren como héroes. La claridad del día nos muestra como somos; la noche y la lluvia como nos gustaría ser, aunque solo por momentos. Por eso, en ese momento en el que demostramos que somos menos valientes, menos épicos y menos románticos de lo que nos han enseñado no pueden pasar grandes cosas. 

Así que ahí me veis. La seguí unos metros para comprobar si realmente era aquella media sonrisa la misma que había marcado mi paso de los 17 a los 18. Me sacaba una distancia prudencial, unos cinco o seis segundos andando. Tuve que correr cuando atravesó el primero de los dos cruces que conforma el paseo de la Alameda. Creí que no lograría desvelar el misterio de si era ella o si simplemente era el recuerdo el que me había jugado una mala pasada. Conseguí ponerme a unos cuatro metros de ella. Porque sí, era ella. Definitivamente esos labios finos con los que tantas veces me había quedado hipnotizado eran los suyos.

Seguía con el teléfono móvil pegado a la oreja. ¡Malditos cachivaches tecnológicos!, pensé, más que conectar personas, las separan. Cruzó el segundo paso e inmediatamente después, Coco y yo le seguimos. Cuando confirmé que sí, que era ella, y que le tenía que decir algo, su nombre salió de boca. Le llamé dos veces. Un hombre que pasaba me miró extrañado. Ella ni se inmutó. Continuó caminando y yo me quedé parado. De mí salió la misma cara de idiota que tenía con 17 años, esa edad en la que todo terminaba, todo empezaba y sin embargo, entre nosotros dos, no pasaba nada. ¿Alguien podía esperar un acontecimiento diferente a las tres de la tarde? No, no pasó nada, el pasado pasó de largo, las tres de la tarde no es tiempo de empezar ni acabar nada.

martes, 15 de mayo de 2018

Voyeur

Sé que estás ahí, no disimules,
observando a través de la rendija
que deja entre sí el paso del tiempo
mirando cómo la cucharilla gira
en este café revuelto
de amarguras de sobre,
de azúcares labiales,
de tantas luces de soles
que se convierten en nubes
anunciando tormentas de gritos,
caricias, besos y espantadas
que se quedan en nadas perdidos.

Sigo sin entenderte,
¿a qué estás jugando?
¿es placer en la espera
o un simple truco desfasado?
¿Por qué pones en jaque
al peón de este derroche
y dejas enrocarse al rey
bajo las mantas de su corte?
Mírale, sigue en mitad de ese baile
de pasos empedernidos
de canciones protagonizadas
por un "yo, mí, me, conmigo".
Mírale cómo se fija
en la esquina de cada calle
en busca de tu reflejo
con la duda de si es tarde.

¿Que no está preparado?
No, deja de decir que lo sabes,
que esperas el momento
que sólo ahorras males;
deja de inventarte dichos,
malas frases, clichés y excusas;
que él está ensimismado otra vez
aullando a cada luna.
Sí, lo sabemos los dos, o los tres,
el pasado le sigue latiendo
en los acordes de las canciones
que repite tras cada sueño,
pero, ¿no tienes en tu cajón los papeles
de un diario en pretérito imperfecto?
¿No te sigue temblando la voz
al recordar tus primeros deseos?

En el fondo estás asustada
por todo un largo historial:
miradas, bailes, risas y besos;
caricias, promesas bajo el umbral,
el cronómetro en contra de un amor
por el que todo es luchar
hasta que se acaba la magia:
todo tan maravilloso como fugaz.
Echa el miedo a un lado,
hazte la dura, no te olvides de sonreír,
la primera mirada es el disparo,
el baile es el frenesí;
cruzaréis los dedos y el pulso,
sabes seguirle el ritmo,
recuerda no decir lo que sientes
hasta que él sienta lo mismo;
y olvida ya ese absurdo
de que la historia se repite sin parar
y de que él no está preparado
porque, ¿acaso alguien lo está?


miércoles, 31 de enero de 2018

Valencia se hizo británica

Ese fin de semana de abril la historia vino a verme y a cambiarse, por lo menos a que le dé otra visión, a darme la oportunidad de añadir un capítulo más a una historia que consideraba mía, cuando casi ni había historia. Hacía dos años, ocho meses y catorce días que no la veía y que creía que la historia se acababa ahí, en dos besos de despedida a la salida de la discoteca, pero me equivoqué. El azar, la casualidad, el destino o al fin y al cabo, las historias tienen estas cosas. Irene venía a Valencia a pasar el fin de semana con los de su residencia universitaria de Valladolid, y en cuanto me lo dijo no dudé un instante en que debía verla, no importaba dónde, cuándo y cuánto tiempo.

Después de insistir para quedar con ella, acordamos vernos el viernes por la noche y les haría de guía por la noche valenciana. A las once y veinticinco de la noche llegué a su albergue, me invitaron ella y sus amigas a la habitación a beber; estaba nervioso, de hecho, estuve nervioso desde el miércoles que me enteré que venía. Subí a su habitación, pequeña, seis camas, sin baño y sin apenas espacio para sentarnos, vamos, lo que viene siendo una habitación de albergue juvenil. Bebimos, yo de mi botella de ron con Fanta de naranja, Irene lo mismo pero de la suya.

En la habitación éramos seis, sus cinco amigas y yo; y luego por el albergue varios compañeros de la residencia. Fueron muy amables y simpáticas conmigo todas, hablamos, contamos anécdotas, reímos, bebimos, fumamos cachimba, debatimos de política...me sentí integrado fácilmente, excepto que me perdía con algún que otro cotilleo de Valladolid o cuando mencionaban algún lugar de esa ciudad. Se me hacía extraña la situación, estaba bien pero se me hacía raro ladear mi cabeza a la izquierda y ver a Irene sonreír, verla hablar conmigo, explicarme las mechas rubias que se había hecho, el roce de su mano con la mía al pasarnos la cachimba...seguía preciosa, el tiempo no había pasado por ella, o quizás sí y el tiempo le hubiera mejorado, aunque no miento si digo que las mechas no le quedaban muy allá cuando se las hizo (me enseñó alguna foto), pero ahora apenas se le notaban. Seguía siendo fría, seguía teniendo la sonrisa enigmática y la mirada penetrante, verde, tal y como la recordaba. La buscaba a cada rato, buscaba el momento en el que las demás debatían para hablar con ella de forma íntima. No podía parar de sonreír al ver moverse sus labios, aunque intentaba disimular.

Salimos cuando casi eran las dos de la madrugada, había propuesto ir a una zona de fiesta de Valencia que se llama Aragón, al lado del estadio de Mestalla. Por el camino, Irene y yo nos adelantamos, por fin podíamos hablar a solas. La conversación empezó intrascendente, sobre la carrera, Valladolid, parte del futuro, etcétera, hasta que le sondeé si tenía novio, a lo que contestó que sí. Mi corazón se paró un instante pero no me descompuse, al menos ahora si no pasaba nada sabía por qué sería, tenía una respuesta, y eso era más que lo que tuve en su día en 2011. Hablamos sobre su relación, llevaban tiempo, rompieron una vez pero volvieron, ella le quería pero no es una chica de mostrar sus sentimientos, sigue fría como una roca, la voz inquebrantable en momentos que a mí me habría temblado como contar que si en algún momento le vuelve a engañar, ella lo dejará, que conoce a sus padres pero él no a los suyos y que por ejemplo, ella ni siquiera lo tiene en Facebook. Parecerá una tontería, pero andábamos al unísono, hablábamos con facilidad, sentía que se me hacía corto el camino.

Llegamos demasiado pronto al bar prometido. Media hora después, fuimos al de al lado. Ahí la escuché cantar ciertas canciones que harían que los días siguientes me acordase de ella. Al rato, les recomendé otro sitio, una especie de discoteca donde ponían rock.Se me hacía raro caminar a su lado por una zona casi habitual de mi día a día, se me hacía raro tenerla tan cerca, de hecho, hoy recordando aquel momento, siento que fue como un paréntesis que la realidad me quiso brindar. Anduvimos soltando una broma tras otra, quizás en ese momento ya estaba algo más serio que al principio.

De pronto me golpeó el momento casi decisivo de la noche. Llegados al lugar indicado, Standby, le dije que no iba a entrar, que al día siguiente iba a madrugar y que me gustaría hablar con ella para despedirle en condiciones. Aceptó. Sus amigas me pidieron que entrase, pero negué con la cabeza y expliqué los motivos, me despedí de ellas e Irene les dijo que entraba en cinco o diez minutos. Se apoyó en una farola, meses más tarde yo me apoyaría en esa misma farola y suspiraría recordando el momento. Estaba preciosa, seguía preciosa. Comenzamos a hablar como si tres años sin vernos no fueran nada, como si nos conociésemos de más, era fácil tener afinidad con ella. Me dio las gracias por la 'tourné', había sido un buen guía según me dijo; también había mejorado su visión hacia mí, ya era algo más que unos cuantos besos una tarde de julio en Inglaterra y un chico que va detrás de ella todo el mes con una pose absurda de escritorucho de aires melancólicos, al menos ahora era un amigo con el que poder conversar. Me intenté esforzar por mostrarle que podía confiar en mí para hablar si necesitaba hablar con alguien, pero seguía tan fría como siempre. No recuerdo cómo fue pero comencé a decirle que en ocasiones me acordaba de ella, que era un desastre, que me cada dos por tres la cabeza me daba vueltas y que parecía que había para cosas que no estaba hecho.

-Para lo que tú dices que no estás hecho, a ti te dura 10 meses y a mí 15 días -dijo ella sonriendo

-Quizás por eso me gustes tanto -se me escapó mientras suspiraba

-No me conoces, Diego

Quise replicarle pero seguramente tenía razón, sin embargo hay algo que me dice que en ciertas conversaciones me daba más oportunidad de conocerla de lo que muchas personas que le rodean la conocen. Su mirada gélida también habla, sus gestos. Esta vez para lo que decía que ella no estaba hecha le duraba más de 15 días.

-Te pediría un beso, pero teniendo novio no lo veo moralmente correcto -reí y su mirada se clavó como un puñal- aunque tampoco me lo ibas a dar.

Dejó en el aire la posibilidad de vernos al año siguiente, unos amigos suyos vendrían a vivir a Valencia y ella quería visitarlos, quizás sea una de las pocas balas que me quedan en la recámara para que pase algo. Los dos besos y su figura desvaneciéndose dentro del Standby cerraron la noche. Caminé hasta mi casa, me tumbé y una sonrisa amarga recorrió mi cara, no había conseguido besarla, pero al menos sabía por qué: tenía novio; le añadía un factor de dificultad pero a la vez una esperanza.


sábado, 27 de diciembre de 2014

Pinceladas de felicidad

Revolotean por mis pupilas
las pinceladas de felicidad
de un Madrid conquistado
y de un futuro por domar,
recuerdo cómo girabas con gracia
sobre el hielo y mis anhelos,
los gritos frente a los ventanales
de una plaza por sitiar,
las palabras saliendo solas
entre la muchedumbre desenfocada,
tu cuerpo entre mis dedos,
mis latidos en tus besos.

Una semana y todavía arde
el agua de una lluvia artificial,
la comida entre fijas miradas,
los paseos por la capital,
los parques, los lagos,
tus sonrisas con sabor a ciudad;
una semana y aún brillan
tus ojos en la oscuridad,
mi risa entre tus pasos,
las caricias de madrugada,
las letras de un libro de regalo,
la calma en aquel hostal.

Y hoy, siete días después
de ser calma y tempestad,
de ser nieve y oleaje,
Navidad anticipada,
boletos de lotería al número ganador,
de sentirnos hilos rojos enredándonos
los cuerpos entre una multitud,
escribo para intentar hacernos soñar
con revivir los recuerdos
de unas pinceladas de felicidad






lunes, 10 de noviembre de 2014

Posdata

Acaricio de nuevo la pantalla
de este triángulo París-Valencia-Santiago
de llamadas y conexiones
que tú y yo nos hemos inventado,
toco con mis dedos tus palabras,
las sigo con la vista y cierro los ojos
como si estuvieras en la esquina de mi habitación
en las paredes de mapas y postales,
en las posibles huidas al sur,
en los inevitables suspiros hacia el norte.
Cataluña votando independizarse
y yo pidiendo unión con tus labios,
no hay referéndums que valgan
a mis pobres premisas veinteañeras
ni aviones de papel sin escala
que me transporten a tu estudio. 


Otro lunes que acaba bajo mi "me encantas",
no hay cansancio si a tu ventana llegan mis piedras
y tú ya de guirnalda y hadas,
de abrigos, luces y sonrisa tras la cristalera,
de invierno francés, crepes y café
cantas villancicos y poemas
en un París que se pregunta cuándo 
volverá a ver el baile de sábanas revueltas. 
Todo se calma si tu voz rompe mi tregua
me digo nervioso entre las mantas
mientras mandas golondrinas en postales
de lugares donde empezaron los recuerdos,
plumas para escribir en presente
todos estos versos tan nuestros. 
Suspiro, sonrío y escribo,
otra vez miro hacia el norte,
te tengo cerca si las palabras te buscan,
te noto conmigo si escribo tu nombre;
suspiro, sonrío y escribo
así se construyen mis sueños,
quizás solo una excusa para decir
"posdata: te echo de menos"













domingo, 12 de octubre de 2014

Carta abierta a Ismael Serrano: "Ensayando tu llamada"

"Querido Ismael Serrano,

primero me presento, soy ese chaval que durante la presentación y firma de discos de la Fnac en Valencia te (¿puedo tutearte no?) abordó con una bandera palestina y te habló de una tal Vaivencida. En verdad no sé si escribo esto más para ti, para mí o para todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes que llevamos tiempo esperando una llamada, una señal del cosmos para salir y llenar las calles y las plazas de abril y alegría. 

Escuchando tu último disco me doy cuenta que tenías razón al decir que querías quitar ese 'sambenito' de que los cantautores cantáis canciones tristes, llenas de recuerdos, arrepentimientos, desamor y añoranza hacia aquello que pudo ser y no fue. La llamada es otra cosa; La llamada es un canto a la alegría, ya nos lo habías advertido, sí, pero joder, ¡cuánta razón y nosotros sin creerte! "La vida fue un ensayo hasta ahora" o "que no se olviden de tu alegría" inundan de sonrisas a cualquiera que se ponga a cantar, a tararear, a silbar o incluso a intentar bailar la canción que le da título al disco. Si vas por la calle escuchando "Rebelión en Hamelin" estás esperando a que una banda de instrumentistas abarroten una plaza y empiecen a reclamar un mundo mejor a partir de la palabra de todos, a partir de la música que cada quien pueda aportar a esa magnífica rebelión consensuada que los ratones le hacen al flautista, al que siempre habíamos tenido como salvador hasta que tú llegas y de repente, ¡toma hostia! ¡El malo era el flautista! Cuán engañados hemos vivido, Ismael. 

Y vuelvo a echar un ojo a los títulos de las canciones a ver si te has dejado algo de ese halo que impregna a todo cantautor ensimismado en su males y leo "El día de la ira", puede ser que prometa. Pues va a ser que no. No hay odio, solo señalar a un rey desnudo, algo que al anterior que teníamos puede ser que no le importase lo más mínimo. Lo de ponerse desnudo ante alguien, digo. Nos dices que "somos la alegría que regresa", pues vaya ira, macho. "Te vi"es un canto a la felicidad tras ver por primera vez a tu hija; "apenas sé nada de la vida" es más o menos lo mismo pero con el golpe que supone no saber qué decirle a tu hija ante la inmensidad de lo que ella supone para ti, o algo así explicaste en la presentación del disco. "Candombe para olvidar" prometía hasta que te das cuenta que lo que haces es animar a olvidar, a sonreír tras el adiós y a quitarse esa pose de mártir que "quien siempre gana nada sabe de la vida", mira que decirle eso a alguien a quien le acaban de dejar...

Podría seguir así un rato pero dejaré cierto misticismo a los que no se han escuchado tu disco a que escuchen las canciones a la alegría mencionadas y las que me dejo como "Éramos tan jóvenes", cántico a la juventud o "Pequeña bachata mediterránea" con la que entra un cierto picor en la pierna para empezar a bailar y a enamorarse de la primera chica que se cruce y te mire a los ojos a la puerta de un teatro. Solo quería acabar dándote las gracias por llamarnos, por convocarnos a la felicidad, a bailar, a la alegría, a enamorarnos y a revolucionarnos, este país lleva mucho tiempo ensayando una llamada que nos dé el valor de creernos posibles de todo. Es importante que el mundo de la cultura enarbole la bandera del cambio, que anime a la ciudadanía a ser eso, ciudadanos y no súbditos, a sentir que ha llegado el día de la ira, a olvidar los malos momentos bailando pero olvidarlos cambiándolos por otros sonidos como hicieron los ratones, a saber aguantar las embestidas de los lobos que intentan desmoronar nuestras casas de ladrillo, a ser un gran absoluto, a darnos el abrazo tras cada borrachera, a darnos cuenta de todo lo que nos falta por aprender y a ser la llama en un cambio que está por llegar.

Ismael, gracias porque después del viernes, creo que llegará el día en que las generaciones futuras nos mirarán con una sonrisa en los ojos y nos pedirán que por favor les volvamos a contar esa cuento tan bonito de calles reclamando protagonismo y alegría." 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Recuerdos y puros

Y andas otra tarde por las calles que te han visto crecer, andas con la cabeza en otro lugar, en no sabes dónde, en un no sabes quién. Sabes que nadie te habrá llamado, que no habrá mensajes en el móvil que necesiten tu atención urgente, que el televisor no te dará las buenas noches al llegar, ni la cama saludará desde su esquina tu presencia ni siquiera se pondrá la canción que quieres recordar en el ordenador al cruzar el umbral de la puerta. Recordar, qué curioso verbo. Se recuerda mucho más cuando se está solo que cuando alguien te espera, quizás porque tienes más tiempo que pensar o nadie de este ahora en quien acordarte, por ello viajas a otros momentos, por ello tienes un billete constante al país de los recuerdos. 

Los recuerdos tienen un cierto regusto amargo mientras los tomas, son como los puros. La llama que enciende un puro puede ser la que provoca un muy buen recuerdo...o uno no tan bueno. Quizás la excusa de viajar a un recuerdo sea la misma que la de encenderse un puro, estar ausente, sentirse en paz con uno mismo, o simplemente tomar algo que produzca una especie de placer inmediato pero que al final lo que esté haciendo sea meterte mierda dentro. Te sientas ante una libreta y fumas un buen recuerdo mientras escribes sobre un puro, o al revés, qué más da. Los puros como los recuerdos, si son fuertes y los exhalas de más, te hacen toser, darte algún golpe en el pecho e incluso, lagrimar.

Definitivamente, los recuerdos son como los puros. Ambos se toman con tiempo, despacio, necesitas del "inspirar y expirar" unas cuantas veces para disfrutarlos o al menos llevarlos a cabo. Si el puro es bueno pica en la garganta y en la lengua, igual que esos recuerdos intensos, esos peleones, los que merecen la pena ser escritos; los que cuentan grandes historias, lo que cuentan lo que pudo ser y no fue, esos son los "Habanos" de los recuerdos. Y tú, entimismado en tus recuerdos y en tus puros, miras lo que queda tras consumir ambos, humo, puro humo. No lo tocas, solo lo hueles, solo se queda en el ambiente. Deja su olor, su tacto, hasta su visión aparece a lo lejos, de hecho, tienes miedo de mirar tras ese humo por si sus ojos verdes aparecen y te apuñalan, o eso crees. En el fondo, se tiene miedo de que esos ojos no aparezcan, de que no vuelvan a aparecer ni a pegarse a los tuyos. 

Y Silvio Rodríguez se empeña en decirnos que "ojalá pase algo que te borre de pronto", algo que haga que como el humo de tu habitación, se acabe yendo por la ventana y que no aparezca en mitad del salón con unas viejas palabras que no llegaron, un chasquido que haga que no se vuelva a presentar en mitad de una canción con unos besos que recuerden hacer temblar las paredes de tu cuerpo o que haga como un puro y se consuma y no vuelva a aparecerse en las ganas de escribir  la misma vieja historia de siempre de lo que pudo ser y nunca fue.  

jueves, 18 de septiembre de 2014

Las tres verdades

Entró en el bar con el mismo porte que los meses anteriores, vaqueros bien arreglados de un tono oscuro, zapatos marrones, una camisa lisa negra de mangas largas y su sonrisa de seductor instalada en la cara. Seguro, dio unos pasos hacia el interior de aquel local que frecuentaba, al menos, dos veces al mes, lo suficiente como para que se fuera ‘renovando’ la clientela. Aquel look elegante pero informal como se suele decir iba totalmente acorde con el estilo clásico que el bar irradiaba con sus paredes cubiertas de madera, su olor a buena cerveza, sus botellas alcohólicas de más de 10 años embellecidas por el polvo de la calidad, su ambiente denso, su luz tenue, su barra alargada, los cuchicheos de una clientela exquisita que buscaba en aquel lugar una nueva historia o contar una pendiente y por supuesto, su piano encima de un pequeño escalón usado, en ocasiones, de escenario.

Se acercó a la barra y pidió su cerveza favorita, una jarra bien fría de un barril traído de Alemania que decían daba una chispa especial en la mirada y un regusto singular al final de cada frase. Echó un vistazo a su alrededor y vislumbró al final de la barra a una chica pelirroja que jugaba a posar sus labios rosados en el vidrio de un vaso de whisky ‘on the rocks’. “Una chica Sabina” pensó él, “interesante” volvió a pensar mientras afilaba sus ojos oscuros y comenzaba sus pasos hacia ella no sin antes mirarse en el espejo de detrás de la barra y observar que sus cabellos rubios algo oscurecidos con el tiempo estaban perfectamente peinados y su camisa no mostraba ningún tipo de arrugas. De camino se recordó a sí mismo su norma: no más de tres verdades. Curiosamente, una ley parecida a la que ella, la chica Sabina de pelo anaranjado, se había impuesto: solamente dos verdades por noche.

Seguro de sí anduvo hasta el taburete contiguo a ella y se sentó pidiendo permiso con un leve gesto con la mano que ella respondió con un movimiento de cabeza silencioso. Tomó aire y un nuevo sorbo de cerveza y comenzó a hablar. Su belleza imponía mucho más de cerca que desde el otro extremo del bar, había algo en su mirada que se le clavaba, notó el hielo cortante en aquellos ojos marrones  y en la tez pálida salpicada con alguna que otra peca que dibujaba una impresionante silueta que descendía por su cuello y continuaba hacia una camisa blanca con dos botones desabrochados. En ese momento en el que su mirada se encontraba perdida imaginando los placeres que se escondían debajo de la blusa se advirtió de nuevo en silencio de la norma de las tres verdades, ya que aquella mirada oscura mostraba que era una de esas chicas tigre, esas mujeres frías que lanzan zarpazos al aire muchas veces en forma de besos y caricias. Se presentó con un nombre y una excusa falsa, decía que se encontraba de paso en la ciudad y que no conocía a nadie con un ridículo pero muy entrenado acento italiano del que ella se percató enseguida. Tendió su mano y le siguió el juego, nombre falso y, por supuesto, una mentira que justificaba su presencia en aquel local: había quedado con una amiga que no llegaba. Ambos contaron una historieta inventada del día tan duro que habían tenido, inventando por supuesto, el lugar de trabajo y el oficio que desempeñaban. Aunque las historietas estaban estudiadas, ambos descubrieron que el otro mentía, pero callaron, sonrieron y siguieron mintiendo, les divertía aquel juego, de hecho, ambos eran expertos en él.

Ella se excusó un momento para “llamar a aquella amiga que no llegaba” aunque en realidad aprovechó para apagar el móvil y borrar cualquier signo de haber estado llorando una hora antes. “Nadie nos molestará” dijo al regresar del baño, era la primera verdad que decía, él tras escucharla, se relamió al ver que ella entraba en su terreno. La conversación se deslizaba suave como las gotas del hielo que se iba derritiendo poco a poco dentro del vaso de whisky, parecía increíble pero las mentiras envolvían la noche haciendo que cada vez más estuvieran metidos en aquel mundo extraño que se acababan de construir o mejor dicho, que llevaban años construyendo y perfeccionando como un manual de supervivencia pero que había encontrado su lugar verdadero en aquel encuentro.  “Tienes unos ojos preciosos” , le dijo él fijándose en sus ojos marrones, era su primera verdad, una verdad totalmente buscada viendo que todo marchaba según lo previsto, aquella verdad solía ser una forma de acercarse todavía más y allanar el terreno, de normal no solía necesitar más que otra verdad, otras muchas veces ni siquiera hacía falta. Ella al escuchar tal piropo lo miró con su mejor mueca de agradecimiento y vergüenza y le dijo que era la primera vez que se lo decían, obviamente, mintió. Siguieron hablando y en esta ocasión el tema viró hacia las bebidas que ambos estaban tomando, él mintió al hacerse pasar por un experto en cervezas y explicarle las diferencias entre una cerveza alemana, una holandesa y otra irlandesa con argumentos bastante convincentes que quizás algún día había escuchado en alguna barra de algún bar; ella sonrió y contó otra historia falsa sobre cómo y por qué empezó a beber whisky evitando contar que el whisky había sido su única terapia a la noches de soledad tras su primer divorcio a los dos meses de casarse. 

Cuando él contaba una anécdota falsa de su trabajo falso comenzó a sonar en el viejo piano “Moon river” y ahí se deslizó sin quererlo su segunda verdad. “Me encanta esta canción”  se le escapó de sus labios al ver cómo los labios de ella la tarareaban de una manera hipnótica. “Sabrás bailarla entonces”, le propuso ella levantándose y ofreciéndole su mano; “se puede intentar” respondió conteniéndose el  aliento y el pulso al darse cuenta que había perdido su segunda verdad de forma inocente.

Bailando la notó cerca, notó su olor y cómo este le acariciaba el lateral de la cara, notó su piel fina deslizándose como si la música emanara de su poros, su cintura moviéndose al compás exacto, con pausa; sus manos frías dejándose llevar por el ritmo que él tenía que marcar…Se tranquilizó, o al menos eso intentó, y siguió el ritmo de la música como había hecho tantas veces antes con tantas mujeres diferentes aunque seguía sin entender por qué aquella vez se encontraba tan nervioso. Quizás fuera que nunca había sentido tantas verdades con un solo baile y unas pocas palabras. “Y dime, -dijo él mirándola y conteniendo la respiración- ¿tú también tienes un gato llamado Gato como la protagonista de la película?”, “claro, y desayuno todos los días viendo diamantes”. Sonrió y por un momento pareció que la música se paraba en aquel gesto. “Y tú, ¿también eres escritor?” preguntó mientras daba un giro con elegancia y su mirada oscura le arrebataba un suspiro; “me has pillado, de hecho escribiré algo sobre ti”, dijo de una forma en la que parecía seguirle la mentira tentando a la suerte al pronunciar su tercera verdad. “Si lo haces, que sea en tercera persona, nunca me gustaron los narradores como protagonistas” y con la suavidad de una hoja que cae de un árbol en pleno otoño, ella al terminar la canción, acabó su baile, se soltó y buscó refugio en su taburete y en su copa de whisky.

La acompañó con el pulso a mil y la mirada perdida en los ojos cerrados que ella ponía al beber. Nunca había tenido esa sensación, aquel miedo, sabía que era peligroso, que ella era peligrosa. Sus tres verdades agotadas, su dicción afectada por las curvas indomables de aquella mujer, el sudor frío por la espalda al verse reflejado en sus ojos y la sensación de inseguridad constante al escuchar el sonido que salía de aquellos labios, abismo entre el infierno y el paraíso. “Infierno y paraíso, en común tienen que solo llegas a ellos si estás muerto” pensó mordiéndose el labio. Nervioso  y con el tembleque en la mano y sabiendo que se arrepentiría de ello hizo el ademán de marcharse. “Mañana tengo una reunión importante, debería irme a descansar ya” mintió, no sin dificultad.  

-Bésame, sabes que me encantan las mentiras –le dijo ella lanzándole su mejor mirada felina


Él volvió a perderse en aquellos ojos, le temblaron los labios, un escalofrío recorrió su cuerpo, entonces se dio la vuelta y se marchó sin besarla; ya había gastado todas las verdades aquel día.