sábado, 1 de febrero de 2014

La historia de la iguana, el perro y el gato

Juan Luis es el vecino del quinto de la finca de aquí al lado, el número 27. Vive en la puerta 10, su casa parece una cueva; una galería de otra época donde tiempos pasados, frustraciones y tormentos se arrinconan entre el polvo de los muebles. La casa ha empobrecido en los últimos cinco años, la madre de Juan Luis había fallecido y la casa había perdido cierta chispa que la señora Maruja le daba; desde entonces, todo parecía más triste en aquel lugar. Apenas dos semanas después de la muerte de su madre, mandó quitar los espejos del pasillo y de la habitación, su madre era mujer muy presumida, Juan Luis solo dejó el del baño, solo en este podía ver reflejado su rostro cansado después de un trabajo que no le satisfacía, sus ojos tristes de esconderse, el avance de las entradas en su cabellera que comenzaba a ser escasa, “sufrimientos” diría él, y suspiraba, a veces pensaba que todo aquello no estaba hecho para él, que la vida estaba diseñada para chicos y chicas de medidas de anuncio, para cabrones sin escrúpulos y para tipos graciosos con suerte.

Pero en aquel piso Juan Luis no vivía solo; tres animales le acompañaban en su rutina diaria de pies arrastrados, sofá, televisión y comida precocinada para uno: una iguana, un perro y una gata. Amor, Recuerdo y Esperanza eran sus fieles acompañantes. La iguana fue la primera en llegar, Amor, llamada así porque todo el mundo lo veía como una rareza, que para tener una mascota lo normal era tener un perro, no una iguana por ello la crió en secreto, para no desagradar a su madre; le daba de comer en la oscuridad de la noche, jugaba con ella, mientras que durante el día se pasaba la mayor parte del tiempo escondida en su habitáculo, sin hacer el mínimo ruido para no ser descubierta y mostrar así su rareza. Al morir su madre, parecía haberse liberado pero solo en casa, nunca salía de allí, sin duda, era preciosa aunque los demás no lo supieran ver. Después llegó Recuerdo, un galgo maltratado por el tiempo y las carreras que la señora Maruja decidió recoger de la perrera; como con los recuerdo, mucha gente dudaba si era bonito o si era feo, que tenían cosas graciosas pero eran algo deformes, decían que se acababan volviendo locos, y quizás no les faltase razón, Recuerdo parecía que tenía bipolaridad, contaba Juan Luis, unas veces jugaba animadamente y era el ser más cariñoso que había tenido entre sus manos y otras en cambio, ladraba y ametrallaba de dolores la cabeza de nuestro vecino. Por último llegó Esperanza, esta llegó cuando la señora Maruja ya había fallecido, fue el regalo de un “amigo” suyo, Pedro, un casi novio que se hartó del miedo y la cobardía de Juan Luis respecto a su identidad sexual, este le dijo que se llamaba Esperanza porque sus ojos verdes podían mostrarle más de una vez el camino a seguir y que como la “esperanza es lo último que se pierde” era lo último que iba a tener de él si no decidía dar el paso.

Resulta que la mezcla de animales no fue tan buena como se esperaba, Recuerdo perseguía y ladraba día y noche a Esperanza, que no paraba de huir, mientras Amor, viendo que Recuerdo perseguía a Esperanza, se mantenía oculta en todos los rincones de la casa, siendo casi imposible dejarse ver.

Un día, Juan Luis salió a hacer su compra semanal, como él dijo, no era un tipo con suerte, y un cortocircuito comenzó a provocar un pequeño incendio en la esquina del salón junto a un montón de revistas viejas. Las llamas siguieron creciendo y comenzaron a propagarse por el salón donde se encontraban los tres animales;  a Recuerdo solo se le ocurrió comenzar a correr en círculos intentando abstraerse de lo que realmente sucedía, Amor, como había hecho durante toda su vida, siguió escondiéndose todavía más a pesar que el humo comenzaba a cubrir su escondite en lo más alto de la estantería, mientras que Esperanza y sus ojos verdes vislumbraron como única salida el balcón.

El humo que salió por el balcón alertó a los vecinos que rápidamente llamaron a los bomberos. Cuando Juan Luis llegó se encontró las cenizas del salón donde había pasado casi toda su vida, donde había llorado y recluido sus secretos; también encontró el cuerpo sin vida de Recuerdo que se había ensimismado tanto en él que no supo buscar una salida, lo mismo le había pasado a Amor, que de tanto esconderse, no pudo evitar la muerte; la única que se había salvado era Esperanza, quien se había refugiado en el balcón. 

Por la noche, cuando los bomberos ya habían limpiado las cenizas del incendio, se dio cuenta que su vida era como la de Amor y la de Recuerdo y que sus únicas soluciones para todo era dar vueltas sobre sí mismo y esconderse; fue entonces cuando miró a Esperanza y corrió raudo a por el teléfono y al escuchar a Pedro al otro lado de la línea le dijo:

-Recuerdo y Amor murieron de miedo, solo me queda Esperanza…y tú, no quiero tener miedo.

Hoy, Pedro ha vuelto a darle colorido al quinto piso del edificio del al lado, reciben miradas de sorpresa, pero nadie duda de que por primera vez en mucho tiempo, Juan Luis ha vuelto a sonreír y ha descubierto lo que es vivir.