sábado, 27 de diciembre de 2014

Pinceladas de felicidad

Revolotean por mis pupilas
las pinceladas de felicidad
de un Madrid conquistado
y de un futuro por domar,
recuerdo cómo girabas con gracia
sobre el hielo y mis anhelos,
los gritos frente a los ventanales
de una plaza por sitiar,
las palabras saliendo solas
entre la muchedumbre desenfocada,
tu cuerpo entre mis dedos,
mis latidos en tus besos.

Una semana y todavía arde
el agua de una lluvia artificial,
la comida entre fijas miradas,
los paseos por la capital,
los parques, los lagos,
tus sonrisas con sabor a ciudad;
una semana y aún brillan
tus ojos en la oscuridad,
mi risa entre tus pasos,
las caricias de madrugada,
las letras de un libro de regalo,
la calma en aquel hostal.

Y hoy, siete días después
de ser calma y tempestad,
de ser nieve y oleaje,
Navidad anticipada,
boletos de lotería al número ganador,
de sentirnos hilos rojos enredándonos
los cuerpos entre una multitud,
escribo para intentar hacernos soñar
con revivir los recuerdos
de unas pinceladas de felicidad






lunes, 10 de noviembre de 2014

Posdata

Acaricio de nuevo la pantalla
de este triángulo París-Valencia-Santiago
de llamadas y conexiones
que tú y yo nos hemos inventado,
toco con mis dedos tus palabras,
las sigo con la vista y cierro los ojos
como si estuvieras en la esquina de mi habitación
en las paredes de mapas y postales,
en las posibles huidas al sur,
en los inevitables suspiros hacia el norte.
Cataluña votando independizarse
y yo pidiendo unión con tus labios,
no hay referéndums que valgan
a mis pobres premisas veinteañeras
ni aviones de papel sin escala
que me transporten a tu estudio. 


Otro lunes que acaba bajo mi "me encantas",
no hay cansancio si a tu ventana llegan mis piedras
y tú ya de guirnalda y hadas,
de abrigos, luces y sonrisa tras la cristalera,
de invierno francés, crepes y café
cantas villancicos y poemas
en un París que se pregunta cuándo 
volverá a ver el baile de sábanas revueltas. 
Todo se calma si tu voz rompe mi tregua
me digo nervioso entre las mantas
mientras mandas golondrinas en postales
de lugares donde empezaron los recuerdos,
plumas para escribir en presente
todos estos versos tan nuestros. 
Suspiro, sonrío y escribo,
otra vez miro hacia el norte,
te tengo cerca si las palabras te buscan,
te noto conmigo si escribo tu nombre;
suspiro, sonrío y escribo
así se construyen mis sueños,
quizás solo una excusa para decir
"posdata: te echo de menos"













domingo, 12 de octubre de 2014

Carta abierta a Ismael Serrano: "Ensayando tu llamada"

"Querido Ismael Serrano,

primero me presento, soy ese chaval que durante la presentación y firma de discos de la Fnac en Valencia te (¿puedo tutearte no?) abordó con una bandera palestina y te habló de una tal Vaivencida. En verdad no sé si escribo esto más para ti, para mí o para todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes que llevamos tiempo esperando una llamada, una señal del cosmos para salir y llenar las calles y las plazas de abril y alegría. 

Escuchando tu último disco me doy cuenta que tenías razón al decir que querías quitar ese 'sambenito' de que los cantautores cantáis canciones tristes, llenas de recuerdos, arrepentimientos, desamor y añoranza hacia aquello que pudo ser y no fue. La llamada es otra cosa; La llamada es un canto a la alegría, ya nos lo habías advertido, sí, pero joder, ¡cuánta razón y nosotros sin creerte! "La vida fue un ensayo hasta ahora" o "que no se olviden de tu alegría" inundan de sonrisas a cualquiera que se ponga a cantar, a tararear, a silbar o incluso a intentar bailar la canción que le da título al disco. Si vas por la calle escuchando "Rebelión en Hamelin" estás esperando a que una banda de instrumentistas abarroten una plaza y empiecen a reclamar un mundo mejor a partir de la palabra de todos, a partir de la música que cada quien pueda aportar a esa magnífica rebelión consensuada que los ratones le hacen al flautista, al que siempre habíamos tenido como salvador hasta que tú llegas y de repente, ¡toma hostia! ¡El malo era el flautista! Cuán engañados hemos vivido, Ismael. 

Y vuelvo a echar un ojo a los títulos de las canciones a ver si te has dejado algo de ese halo que impregna a todo cantautor ensimismado en su males y leo "El día de la ira", puede ser que prometa. Pues va a ser que no. No hay odio, solo señalar a un rey desnudo, algo que al anterior que teníamos puede ser que no le importase lo más mínimo. Lo de ponerse desnudo ante alguien, digo. Nos dices que "somos la alegría que regresa", pues vaya ira, macho. "Te vi"es un canto a la felicidad tras ver por primera vez a tu hija; "apenas sé nada de la vida" es más o menos lo mismo pero con el golpe que supone no saber qué decirle a tu hija ante la inmensidad de lo que ella supone para ti, o algo así explicaste en la presentación del disco. "Candombe para olvidar" prometía hasta que te das cuenta que lo que haces es animar a olvidar, a sonreír tras el adiós y a quitarse esa pose de mártir que "quien siempre gana nada sabe de la vida", mira que decirle eso a alguien a quien le acaban de dejar...

Podría seguir así un rato pero dejaré cierto misticismo a los que no se han escuchado tu disco a que escuchen las canciones a la alegría mencionadas y las que me dejo como "Éramos tan jóvenes", cántico a la juventud o "Pequeña bachata mediterránea" con la que entra un cierto picor en la pierna para empezar a bailar y a enamorarse de la primera chica que se cruce y te mire a los ojos a la puerta de un teatro. Solo quería acabar dándote las gracias por llamarnos, por convocarnos a la felicidad, a bailar, a la alegría, a enamorarnos y a revolucionarnos, este país lleva mucho tiempo ensayando una llamada que nos dé el valor de creernos posibles de todo. Es importante que el mundo de la cultura enarbole la bandera del cambio, que anime a la ciudadanía a ser eso, ciudadanos y no súbditos, a sentir que ha llegado el día de la ira, a olvidar los malos momentos bailando pero olvidarlos cambiándolos por otros sonidos como hicieron los ratones, a saber aguantar las embestidas de los lobos que intentan desmoronar nuestras casas de ladrillo, a ser un gran absoluto, a darnos el abrazo tras cada borrachera, a darnos cuenta de todo lo que nos falta por aprender y a ser la llama en un cambio que está por llegar.

Ismael, gracias porque después del viernes, creo que llegará el día en que las generaciones futuras nos mirarán con una sonrisa en los ojos y nos pedirán que por favor les volvamos a contar esa cuento tan bonito de calles reclamando protagonismo y alegría." 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Recuerdos y puros

Y andas otra tarde por las calles que te han visto crecer, andas con la cabeza en otro lugar, en no sabes dónde, en un no sabes quién. Sabes que nadie te habrá llamado, que no habrá mensajes en el móvil que necesiten tu atención urgente, que el televisor no te dará las buenas noches al llegar, ni la cama saludará desde su esquina tu presencia ni siquiera se pondrá la canción que quieres recordar en el ordenador al cruzar el umbral de la puerta. Recordar, qué curioso verbo. Se recuerda mucho más cuando se está solo que cuando alguien te espera, quizás porque tienes más tiempo que pensar o nadie de este ahora en quien acordarte, por ello viajas a otros momentos, por ello tienes un billete constante al país de los recuerdos. 

Los recuerdos tienen un cierto regusto amargo mientras los tomas, son como los puros. La llama que enciende un puro puede ser la que provoca un muy buen recuerdo...o uno no tan bueno. Quizás la excusa de viajar a un recuerdo sea la misma que la de encenderse un puro, estar ausente, sentirse en paz con uno mismo, o simplemente tomar algo que produzca una especie de placer inmediato pero que al final lo que esté haciendo sea meterte mierda dentro. Te sientas ante una libreta y fumas un buen recuerdo mientras escribes sobre un puro, o al revés, qué más da. Los puros como los recuerdos, si son fuertes y los exhalas de más, te hacen toser, darte algún golpe en el pecho e incluso, lagrimar.

Definitivamente, los recuerdos son como los puros. Ambos se toman con tiempo, despacio, necesitas del "inspirar y expirar" unas cuantas veces para disfrutarlos o al menos llevarlos a cabo. Si el puro es bueno pica en la garganta y en la lengua, igual que esos recuerdos intensos, esos peleones, los que merecen la pena ser escritos; los que cuentan grandes historias, lo que cuentan lo que pudo ser y no fue, esos son los "Habanos" de los recuerdos. Y tú, entimismado en tus recuerdos y en tus puros, miras lo que queda tras consumir ambos, humo, puro humo. No lo tocas, solo lo hueles, solo se queda en el ambiente. Deja su olor, su tacto, hasta su visión aparece a lo lejos, de hecho, tienes miedo de mirar tras ese humo por si sus ojos verdes aparecen y te apuñalan, o eso crees. En el fondo, se tiene miedo de que esos ojos no aparezcan, de que no vuelvan a aparecer ni a pegarse a los tuyos. 

Y Silvio Rodríguez se empeña en decirnos que "ojalá pase algo que te borre de pronto", algo que haga que como el humo de tu habitación, se acabe yendo por la ventana y que no aparezca en mitad del salón con unas viejas palabras que no llegaron, un chasquido que haga que no se vuelva a presentar en mitad de una canción con unos besos que recuerden hacer temblar las paredes de tu cuerpo o que haga como un puro y se consuma y no vuelva a aparecerse en las ganas de escribir  la misma vieja historia de siempre de lo que pudo ser y nunca fue.  

jueves, 18 de septiembre de 2014

Las tres verdades

Entró en el bar con el mismo porte que los meses anteriores, vaqueros bien arreglados de un tono oscuro, zapatos marrones, una camisa lisa negra de mangas largas y su sonrisa de seductor instalada en la cara. Seguro, dio unos pasos hacia el interior de aquel local que frecuentaba, al menos, dos veces al mes, lo suficiente como para que se fuera ‘renovando’ la clientela. Aquel look elegante pero informal como se suele decir iba totalmente acorde con el estilo clásico que el bar irradiaba con sus paredes cubiertas de madera, su olor a buena cerveza, sus botellas alcohólicas de más de 10 años embellecidas por el polvo de la calidad, su ambiente denso, su luz tenue, su barra alargada, los cuchicheos de una clientela exquisita que buscaba en aquel lugar una nueva historia o contar una pendiente y por supuesto, su piano encima de un pequeño escalón usado, en ocasiones, de escenario.

Se acercó a la barra y pidió su cerveza favorita, una jarra bien fría de un barril traído de Alemania que decían daba una chispa especial en la mirada y un regusto singular al final de cada frase. Echó un vistazo a su alrededor y vislumbró al final de la barra a una chica pelirroja que jugaba a posar sus labios rosados en el vidrio de un vaso de whisky ‘on the rocks’. “Una chica Sabina” pensó él, “interesante” volvió a pensar mientras afilaba sus ojos oscuros y comenzaba sus pasos hacia ella no sin antes mirarse en el espejo de detrás de la barra y observar que sus cabellos rubios algo oscurecidos con el tiempo estaban perfectamente peinados y su camisa no mostraba ningún tipo de arrugas. De camino se recordó a sí mismo su norma: no más de tres verdades. Curiosamente, una ley parecida a la que ella, la chica Sabina de pelo anaranjado, se había impuesto: solamente dos verdades por noche.

Seguro de sí anduvo hasta el taburete contiguo a ella y se sentó pidiendo permiso con un leve gesto con la mano que ella respondió con un movimiento de cabeza silencioso. Tomó aire y un nuevo sorbo de cerveza y comenzó a hablar. Su belleza imponía mucho más de cerca que desde el otro extremo del bar, había algo en su mirada que se le clavaba, notó el hielo cortante en aquellos ojos marrones  y en la tez pálida salpicada con alguna que otra peca que dibujaba una impresionante silueta que descendía por su cuello y continuaba hacia una camisa blanca con dos botones desabrochados. En ese momento en el que su mirada se encontraba perdida imaginando los placeres que se escondían debajo de la blusa se advirtió de nuevo en silencio de la norma de las tres verdades, ya que aquella mirada oscura mostraba que era una de esas chicas tigre, esas mujeres frías que lanzan zarpazos al aire muchas veces en forma de besos y caricias. Se presentó con un nombre y una excusa falsa, decía que se encontraba de paso en la ciudad y que no conocía a nadie con un ridículo pero muy entrenado acento italiano del que ella se percató enseguida. Tendió su mano y le siguió el juego, nombre falso y, por supuesto, una mentira que justificaba su presencia en aquel local: había quedado con una amiga que no llegaba. Ambos contaron una historieta inventada del día tan duro que habían tenido, inventando por supuesto, el lugar de trabajo y el oficio que desempeñaban. Aunque las historietas estaban estudiadas, ambos descubrieron que el otro mentía, pero callaron, sonrieron y siguieron mintiendo, les divertía aquel juego, de hecho, ambos eran expertos en él.

Ella se excusó un momento para “llamar a aquella amiga que no llegaba” aunque en realidad aprovechó para apagar el móvil y borrar cualquier signo de haber estado llorando una hora antes. “Nadie nos molestará” dijo al regresar del baño, era la primera verdad que decía, él tras escucharla, se relamió al ver que ella entraba en su terreno. La conversación se deslizaba suave como las gotas del hielo que se iba derritiendo poco a poco dentro del vaso de whisky, parecía increíble pero las mentiras envolvían la noche haciendo que cada vez más estuvieran metidos en aquel mundo extraño que se acababan de construir o mejor dicho, que llevaban años construyendo y perfeccionando como un manual de supervivencia pero que había encontrado su lugar verdadero en aquel encuentro.  “Tienes unos ojos preciosos” , le dijo él fijándose en sus ojos marrones, era su primera verdad, una verdad totalmente buscada viendo que todo marchaba según lo previsto, aquella verdad solía ser una forma de acercarse todavía más y allanar el terreno, de normal no solía necesitar más que otra verdad, otras muchas veces ni siquiera hacía falta. Ella al escuchar tal piropo lo miró con su mejor mueca de agradecimiento y vergüenza y le dijo que era la primera vez que se lo decían, obviamente, mintió. Siguieron hablando y en esta ocasión el tema viró hacia las bebidas que ambos estaban tomando, él mintió al hacerse pasar por un experto en cervezas y explicarle las diferencias entre una cerveza alemana, una holandesa y otra irlandesa con argumentos bastante convincentes que quizás algún día había escuchado en alguna barra de algún bar; ella sonrió y contó otra historia falsa sobre cómo y por qué empezó a beber whisky evitando contar que el whisky había sido su única terapia a la noches de soledad tras su primer divorcio a los dos meses de casarse. 

Cuando él contaba una anécdota falsa de su trabajo falso comenzó a sonar en el viejo piano “Moon river” y ahí se deslizó sin quererlo su segunda verdad. “Me encanta esta canción”  se le escapó de sus labios al ver cómo los labios de ella la tarareaban de una manera hipnótica. “Sabrás bailarla entonces”, le propuso ella levantándose y ofreciéndole su mano; “se puede intentar” respondió conteniéndose el  aliento y el pulso al darse cuenta que había perdido su segunda verdad de forma inocente.

Bailando la notó cerca, notó su olor y cómo este le acariciaba el lateral de la cara, notó su piel fina deslizándose como si la música emanara de su poros, su cintura moviéndose al compás exacto, con pausa; sus manos frías dejándose llevar por el ritmo que él tenía que marcar…Se tranquilizó, o al menos eso intentó, y siguió el ritmo de la música como había hecho tantas veces antes con tantas mujeres diferentes aunque seguía sin entender por qué aquella vez se encontraba tan nervioso. Quizás fuera que nunca había sentido tantas verdades con un solo baile y unas pocas palabras. “Y dime, -dijo él mirándola y conteniendo la respiración- ¿tú también tienes un gato llamado Gato como la protagonista de la película?”, “claro, y desayuno todos los días viendo diamantes”. Sonrió y por un momento pareció que la música se paraba en aquel gesto. “Y tú, ¿también eres escritor?” preguntó mientras daba un giro con elegancia y su mirada oscura le arrebataba un suspiro; “me has pillado, de hecho escribiré algo sobre ti”, dijo de una forma en la que parecía seguirle la mentira tentando a la suerte al pronunciar su tercera verdad. “Si lo haces, que sea en tercera persona, nunca me gustaron los narradores como protagonistas” y con la suavidad de una hoja que cae de un árbol en pleno otoño, ella al terminar la canción, acabó su baile, se soltó y buscó refugio en su taburete y en su copa de whisky.

La acompañó con el pulso a mil y la mirada perdida en los ojos cerrados que ella ponía al beber. Nunca había tenido esa sensación, aquel miedo, sabía que era peligroso, que ella era peligrosa. Sus tres verdades agotadas, su dicción afectada por las curvas indomables de aquella mujer, el sudor frío por la espalda al verse reflejado en sus ojos y la sensación de inseguridad constante al escuchar el sonido que salía de aquellos labios, abismo entre el infierno y el paraíso. “Infierno y paraíso, en común tienen que solo llegas a ellos si estás muerto” pensó mordiéndose el labio. Nervioso  y con el tembleque en la mano y sabiendo que se arrepentiría de ello hizo el ademán de marcharse. “Mañana tengo una reunión importante, debería irme a descansar ya” mintió, no sin dificultad.  

-Bésame, sabes que me encantan las mentiras –le dijo ella lanzándole su mejor mirada felina


Él volvió a perderse en aquellos ojos, le temblaron los labios, un escalofrío recorrió su cuerpo, entonces se dio la vuelta y se marchó sin besarla; ya había gastado todas las verdades aquel día.

viernes, 15 de agosto de 2014

¿Quién habló de victorias?

Llegó corriendo y casi sin aliento al local que se había convertido en una especie de bar para los habitantes de ese pequeño pueblo. La mayoría de las mujeres que habían perdido a alguno de ‘sus muchachos’ se reunía en aquel lugar sobre las 7 de la tarde, cuando el sol ya no castigaba tanto y habían acabado su jornada laboral. Tomó asiento junto a las demás y comenzó a hablar:

-Han condenado a mi hijo a dos años de cárcel-dijo gimoteando intentando aguantar las lágrimas

-¿De qué le han acusado?

-Le pillaron tirando piedras en una manifestación en una aldea cercana, pero le han condenado por tener relación con la fabricación de los cohetes que encontraron hace dos semanas en un almacén a las afueras del pueblo

-¿Qué tipo de relación?

-No lo sé, supongo que como es de los líderes del sindicato de estudiantes se creen que tiene que estar en un grupo de resistencia armada, ¡pero es inocente, lo sé! No pudieron mostrar pruebas concluyentes…

Se hizo el silencio, sabían que las acusaciones por parte del ejército invasor muchas veces eran falsas y hechas de una forma arbitraria; muchas veces iban a por aquellos jóvenes que parecían despuntar y tener un cierto liderazgo para minar su moral y la del grupo que le seguía.

-¿Qué vas a hacer? ¿Tienes previsto ir a visitarlo a la cárcel?- preguntó la mujer del pañuelo azul que tenía al lado

-Solo tengo ganas de tirarme en la cama y llorar…

-¡Eso nunca! Has de ir a verle y poner tu mejor sonrisa

-¿Cómo voy a ir y sonreír? Seguramente le hayan pegado, tenga las marcas de las botas militares en los brazos, algún ojo hinchado, el labio partido, ojeras de no dormir, quien sabe si le han arrancado alguna uña…me dirá todo lo que le han hecho y me acabarán deteniendo por querer matar a todos los que le han hecho eso a mi hijo…

-Eso es lo que quieren, que nos vengamos abajo

-Pues dales mi enhorabuena, lo están consiguiendo

-¡No digas eso! Encima que te quitan a tu hijo, que ya se llevaron a tu marido, a los nuestros; además que nos derrumban las casas cuando a ellos les parece, encima que nos bombardean cuando les falta espacio para sus grandes edificios o cuando sus amigos extranjeros quieren probar su nuevo material bélico y nos utilizan de blanco humano, encima que nos meten el miedo en el cuerpo, un miedo que ahoga, encima de todo eso, vas a darles la satisfacción de verte llorar, de verte sufrir delante de tu hijo, de ver cómo tu dolor se traspasa a tu niño; además de todo lo que nos hacen a diario, ¿les vas a dar el placer de ver cómo su política de terror consigue que arrestando a uno sufran cinco? Tu hijo lo que necesita es que vayas y sonrías, le pases el mejor arroz que hayas hecho, le digas que estáis todos bien y que en nada lo tendrás en casa.

-¿Y qué ganamos con eso? ¿Qué gana mi hijo? ¿Qué gano yo? ¿Es esa la victoria de nuestro pueblo?

-¿Quién habló de victorias? Resistir lo es todo


lunes, 28 de julio de 2014

Historia boda

Hace unos días tuve la boda de mi hermanastro, dije que el destino me debía una por el tema de Palestina, y curiosamente, me la ha devuelto en forma de curvas y mirada felina. La primera vez que mis ojos se posaron en ella no había comenzado la ceremonia, no la conocía, nadie puede haber visto semejante belleza y no acordarse. La miré, o mejor dicho, sus movimientos hipnotizaron mis ojos, llevaba un vestido negro con toques blancos y un peinado atrevido con un moño alto pero que resaltaba la redondez de su cara y su color claro, casi apagado hasta que llegabas a sus pupilas oscuras, como las de un gato que no quiere ser descubierto, a juego con el pelo que con semejante gracia y atrevimiento llevaba peinado. Nuestros ojos se cruzaron medio segundo, dudo que se fijara en mí, pero yo sentía que aquel momento pasaba a cámara lenta mientras de fondo sonaba el "Aleluya" de Cohen interpretado por un joven con una mezcla entre Jhon Lennon y un anuncio de los 80. 

Cuando acabó la ceremonia mi padrastro le dijo a la novia que nos presentase a la otra familia, que nos mezclásemos, así es como descubrí que se llamaba Nuria y que se sentaría en la misma mesa que yo; puntazo del destino. Al principio, durante el coctel y los entrantes intenté acercarme e intercambiar con ella alguna impresión, un "que buena tarde se ha quedado", hacer las preguntas de cortesía, algo, pero no encontraba el momento ni las formas, así que de estar cerca merodeando decidí cambiar mi estrategia y alejarme por el momento. 

Llegó la cena y todos cogimos sitio en la mesa. Los novios entraron al sonido de "I was born to love you", le miré y no pude evitar sentirme tonto y sonreír al ver su mirada perdida en la entrada triunfal de los novios mientras aplaudía y tarareaba la canción con sus labios finos.  Ella se encontraba a dos puestos de mí, entre nosotros dos hermanos de Madrid sobrinos de mi padrastro con los que tenia algo de relación. Curiosamente fue gracias al hermano mayor por el que conseguí llamar su atención. Él me preguntó por mi viaje a Palestina y contándolo ella (igual que media mesa) se giró y escuchó parte de mi relato. Sonreía, y en ese gesto escondía una mezcla entre timidez y picardía. Con la comida sobre la mesa cesó el tema del conflicto palestino-israeli y pude tener mis primeras palabras directamente con ella y con su primo Hugo.

 No me había dado cuenta hasta entonces pero en el momento en que le escuché hablar tres palabras seguidas descubrí que era de Murcia. Y por primera vez vi el acento murciano con cierta dulzura. En ese momento maldije a los dioses y al destino por ponerme ante mí a una chica a la que difícilmente pudiera tratar de conquistar porque no habría una segunda cita, pero fallé. Estudiaba ingeniería de diseño o algo así en Valencia, lo que suavizaba seguramente su forma de hablar, tenia gracia en su dicción, le daba hasta un punto de atracción y sobre todo, me daba aun una posibilidad, si ella vivía en Valencia ¿Podría haber segunda parte?

 En el brindis, Enrique, el novio, terminó su discurso con una frase de Joaquín Sabina: "que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel"; la ultima frase la dijimos los dos a la vez; nos miramos y la conversación viró hacia Sabina y sus canciones, me dijo que estuvo en un concierto en Cartagena que le costó un ojo de la cara, yo le conté que pese a que me encantaba le tenía hecho el "boicot" por los conciertos que dio en Israel. Le llamó la atencion ese dato que ella y los dos madrileños desconocian y consegui que sus ojos se abrieran como platos mientras yo hablaba. 

Con la tarta terminada aumentó la informalidad y nos pudimos sentar al lado el uno del otro, sin intermediarios, creo que vieron que me gustaba y el resto de invitados me tendieron una mano. Mi madre me miraba desde lejos, yo la esquivaba. Su madre se presentó un par de veces y me habló como si de alguien conocido me tratase. Sonreía, sonreíamos, me perdía entre su sonrisa, su acento, sus ojos de gata y sus dos tirabuzones negros que le caian al lateral de la frente.  Bromeé sobre Murcia, sobre la falta de agua y sobre su acento, ella contraatacó con la manía valenciana de decir 'nano' o 'tete'.

 Había conexión o por lo menos eso creía yo, sabia que alli era imposible tener algo mas que una conversación, muchos conocidos mirando, muchos familiares, y ella mostraba ser bastante vergonzosa.    Nos dimos los teléfonos y una promesa falsa de vernos próximamente, mas que nada porque en cuanto deje de escribir esto ella ya no existirá, porque mas allá de esto que lees, lo que he contado nunca ocurrió y aunque la visión de esa chica murciana de peinado atrevido y mirada azabache pudiera existir,  no hubo palabra entre nosotros, ni miradas, ni mesa compartida ni nada, de hecho, ni siquiera su acento dulce es real, tan solo mi sonrisa al escribir esta historia y espero que también la tuya al leerla. 

miércoles, 9 de julio de 2014

Las bolas de las ilusiones

Llenas la jarra de las ilusiones, planeas algo, lo cuidas, lo mimas, pules hasta el último detalle y de pronto, se rompe la jarra, se hace añicos. Como si de un vaso de cerámica cayendo se tratase, ayer se me precipitó la noticia de que al final no volaba a Israel-Palestina, y en ese momento, contra el suelo chocó todo tipo de ilusiones, esperanzas y planes que tenía sobre el viaje y al final, sobre este verano.

Para la mayoría es un alivio que no me vaya, para todos excepto para mí, claro; me siento como un cobarde escondiéndose debajo de la manta en cuanto suenan dos ruidos extraños. Para esta misma mayoría, mi viaje era en ocasiones, un sinsentido, un capricho de joven progre que se quiere sentir periodista, una locura de joven que está aún por madurar. Esta misma mayoría hoy me da discursos de que habrá más oportunidades, más viajes, otros destinos y que iré porque me quedan muchos años por delante para ir. Claro que me quedarán oportunidades, pero otras, más adelante, no ahora, el ahora no me lo devuelve nadie, las lágrimas sobre la almohada, las desilusiones contra el teclado del ordenador, los preparativos, las promesas que se vuelven quimeras, todo ahora se desvaneces y se va a tomar por culo.

No comprendéis mi decepción aunque digáis que sí, mi año ha ido enfocado al puñetero viaje, a Palestina, no solo de ahorro de dinero, sino también de ilusión. Cada pequeña derrota o momento agrio lo pasaba diciendo: "me iré a Palestina en julio", como si de una vía de escape se tratase, como si al volver todo fuera a ser diferente o como si allí fuera invencible o por lo menos, mis "problemas" se volverían tan insignificantes que no les vería importancia. La decepción embriaga de una manera que no se tiene ni hambre ni sueño, la decepción cala en los huesos y te provoca una especie de atrofia muscular que de vez en cuando desemboca en impulsos contra los cojines o contra los papeles de un viaje que ya no vas a hacer.

El futuro tiene cosas maravillosas, una de ellas es que no lo tocas y te puedes ilusionar, ilusionar y seguir alimentando a esa ilusión sin que afecte al presente, el problema es que el futuro muchas veces llega y si has dado de comer a una gran bola de ilusión y no te subes en ella te revienta en la cara y te manchas entero de mierda. Esa mierda, se llama decepción, frustración o incluso se puede volver apatía.

Viajar a Palestina había sido mi año, era mi oportunidad, mi primer paso para ser como quiero ser, una autoafirmación, un paso de valentía, de coraje, de demostrar que se puede luchar por lo que uno quiere, por las quimeras, por las cosas que otros ven como locura, pero que se ha quedado en nada, por lo menos en el ahora. En estos momentos es cuando me gustaría que mis ilusiones se centrasen en cosas más tangibles, en cosas menos quiméricas o menos estúpidas a ojos del resto; me gustaría que mis ilusiones se basasen en tener una moto grande, o una novia genial y envolver mi vida alrededor de la suya, o en ser el mejor en un deporte, o en la victoria de mi equipo, o en tener una casa y mucho dinero...cosas tangibles, reales, no estupideces.

PD: No quiero discursos ni palmaditas en la espalda, no quiero que nadie me diga que he hecho lo correcto, que era lo mejor y "que tal como están allí es mejor estar aquí". No quiero que nadie me diga "ya irás" porque no tengo ánimo de alimentar otra bola para que me explote, no quiero que nadie me diga que exagero, que es una parida ni que las cosas pasan por algo. Quizás exagere, pero decirme todo eso es una forma de demostrar que no se ha preocupado por mí en todo el año.

viernes, 20 de junio de 2014

Desidias, adioses y condenas

Recuerdo aquel inicio de primavera,
se me hizo treinta de diciembre
incumpliendo cada una de las promesas
que hice al conocerme;

hoy miro pasar el metro con desidia,
no hay miradas cansadas entre estaciones
dando memoria a incontables caricias
de noches enteras sin dormir.

Suspiro y me quejo,
pero es lo que he querido
y en el fondo, es lo que quiero.

Hoy me veo mordiéndome los labios
evitando soltar los clichés fáciles
de quien intenta actuar con normalidad.

No estamos bien, se notan los agravios,
pero no es cuestión de hacer de mártires,
era un riesgo que debíamos afrontar.

Yo he cambiado de estilo y métrica,
he pasado por chapa y galeras
y sigo sin saber de técnicas

que hagan durar dos años las primaveras
que dibujen en el aire los suspiros,
pero así es la vida del alma viajera.



lunes, 19 de mayo de 2014

'Vaivuelta'

‘Vaivuelta’ es una chica que se paseaba por mi calle con su guitarra todos los días; lógicamente ese no era su nombre, pero nadie sabía cuál era en realidad, así que era la única forma de referirse a ella. A las siete de la tarde se ponía en la esquina y cantaba, como si fuera un trabajo de obligado cumplimiento. Nadie sabía a qué se dedicaba, qué hacía antes de las siete de la tarde ni que hacía después, simplemente cuando el reloj de la parada del bus marcaba las siete de la tarde, la calle se pausaba, se mantenía en ‘standby’ y ella aparecía con su guitarra a la espalda. Se hacía el silencio; daba igual la época del año que fuera, siempre que llegaba, llenaba de color el momento. Solo faltaba los días de lluvia, esos días, según ella misma decía, eran los días en los que los peces buscan el nuevo oxígeno que les da la lluvia y era cuando escribía sus canciones. 


Así pasaban los días, ‘Vaivuelta’ llegaba puntual a las siete de la tarde de no se sabe dónde y se quedaba una hora, algunos días más, sobre todo si era un día primaveral donde ella se conjugaba con el canto de los pájaros y todos buscábamos una excusa para pasear por la zona y admirar su voz. Aunque había a gente a la que no le gustaba. Daba mala imagen decía, pero yo creo que no les gustaba lo que escuchaban en sus letras. No eran incendiarias, sino sin ninguna duda, le habrían multado; eran letras que promulgaban la calma, que hacían pensar, que hacía olvidarse del consumismo, criticaba la forma de actuar de la sociedad siempre viendo en los resultados económicos los triunfos y los desastres, la mentira que nos habían vendido. Decía que nos encontrábamos en un espejismo donde todo lo material era solo la construcción de un Dios baladí, un Dios que se había erigido sobre todos como una forma única de pensamiento. Lo llamaba 'la pecera', y nos veía como peces que, encerrados en urnas de cristal, veíamos en las piedras y los adornos que nos ponían delante la 'verdad' y que el mar se lo repartían entre una minoría. 

Tenía algo mágico en su voz. Magnetismo, seducción, alegría, esperanza; algo de lo que estábamos faltos en aquellos días de primavera. Quizás fuera su despampanante sonrisa que brillaba debajo de sus mofletes a veces rosados después de unas cuantas canciones. O tal vez el secreto se encontrase en su mirada y en su forma de fruncir el ceño al cantar. O en la forma que tenía de tocarse y apartarse el pelo de la cara. Sin duda era diferente, no quizás físicamente, ni en la forma de vestir, era algo en su forma de actuar, de cantar, de moverse, de bajar del bus...suavidad, elegancia, desafío, alegría, serenidad y un sinfín de adjetivos que dejaban descolocados a más de tres y de cuatro.

Ella cantaba, seguía con su teoría de la pecera y de los peces que tristes y aburridos van y vienen del trabajo a casa y de casa al trabajo, gastando su vida en tener cosas que no servían para más que para ocupar su tiempo. Cantaba contra la televisión, contra los estereotipos de belleza que promovía, contra el modelo de vida establecido, contra la industria musical...y la gente le escuchaba. Pero no como ella quería. La gente se memorizó sus canciones sin saber su contenido. Alababan la voz de aquella joven mas no pensaban en lo que decía. Y así fue pasando día tras día. Los vecinos estaban encantados con la voz de 'Vaivuelta' pero ella se comenzaba a desesperar por ver que sus reivindicaciones caían en un pozo sin fondo. Además, algunos 'tiburones de pecera', como los llamaba ella, comenzaban a mosquearse ante las letras de la cantautora, ya que estos sí que escuchaban las letras y comenzaron a tildarle de alborotadora, de dar mala imagen y de 'utópica'. 

Un día después de una semana de lluvias no se presentó en la calle. La gente había salido a los balcones porque sabían que después de la lluvia vendrían sus nuevas letras, pero no apareció. Y así otro día, y otro, y otro. Y se preguntaron dónde estaría la joven durante cuatro días. Al quinto estrenaron un nuevo programa de televisión y nadie en la calle se preguntó qué sería de 'Vaivuelta'. 

Algunos rumores dicen que vieron a 'Vaivuelta' haciendo auto-stop en la carretera con destino al aeropuerto queriendo huir de la pecera. Nunca llegó a coger ningún avión. Nunca llegó a salir de la pecera. Eso sí, una nota apareció entre los escombros al tercer día de desaparecer:

"Hace más de dos años que esta esquina ha sido mi bombona de oxígeno. Cantar es una forma de cambiar el mundo, aunque este esté sordo. Lo que digo no gusta, estamos dormidos, deambulamos, y quien intente despertar se ahoga en la pecera. He despertado y me estoy quedando sin oxígeno, alguien comienza a estrechar esta bombona. No dejéis nunca de cantar, no dejéis nunca de rebelaros; sino, estaremos eternamente dormidos, ojalá algún día todos salgamos de la pecera." 

Nunca se encontró a 'Vaivuelta', nunca volvió a aquella esquina, solo su guitarra en una cuneta con un papel entre las cuerdas que decía: 
"Hiere más la poesía que las balas, 
que alguien haga que un verso valga más que cualquier billete. 
La pecera me ahoga." 

Y de vez en cuando, con los repliques de las gotas de lluvia contra el suelo algunos aseguran oír la voz de 'Vaivuelta' cantar entre el agua clamando contra la pecera. 


viernes, 9 de mayo de 2014

El momento

Llegó ese momento. Sí, ha llegado; no hay versos susurrándome al oído. Lo he intentado y he fallado, no he fracasado mas no puedo. Poesía, verso y rima se han olvidado de esta primavera. Camino de nuevo solo evitando escuchar mis pensamientos; no hay nada, quisiera hacer cosas horribles para sentir culpa, pero no puedo. Quisiera encaramarme a la próxima farola y ser arrestado por desorden público. Quisiera poder enamorarme en cada esquinad e una mujer anónima diferente pero ya no veo en andares ajenos motivos por los que sonreír. Quisiera llorar con la canción más romántica jamás bailada a los faros de un coche no obstante no recuerdo ni siquiera el tacto de lágrimas sentidas. Pero sobre todo, quisiera escribir, quisiera que cualquier decepción, cualquier alegría, cualquier duda, esperanza, argumento casual o causal, lo que sea, me diera una rima, un verso, un latido más fuerte que el anterior, un algo para escribir, pero no puedo.

La música hace tiempo que no suena. Viernes, las nueve de la noche y en mi cabeza lleva siendo madrugada desde hace tres horas. Sin embargo, sonrío. No hay nada más triste que contar las penas a otro que tiene penas que desconoce. No hay nada peor que contar unas penas que no se sienten. No me vengas con qué me pasa y pretendas ser la excepción entre todas mis cartas, aunque haya símiles que suenen útiles no quiero caras largas ni preguntas. Te hablo a ti cuando es a mí a quien me dirijo; nada más ególatra que hablarse a sí mismo en segunda persona. Pues sí que lo hay, hablarse en tercera, pero tengo miedo a no entenderme e ignorarme. Hoy recuerdo lo que era hablar con mi segundo nombre. Nada más lejos que abrazarse a la almohada y acariciarse la cabeza para notar que alguien te mima. 

Al final me quejo por simple derrotismo o quizás por compleja forma de victoria, el quejarse deja un cierto regusto en el paladar, como un vino peleón. Quizás me debería dedicar a la política.     

Qué solo estoy, qué solo estás, que solo está, qué solos estamos. Yo, tú, él y nosotros; en el fondo todos lo estamos, ya nos lo dijo García Márquez: 'Cien años de soledad'. Lo que pasa es que hay soledades y soledades. La mía es acompañada de nadie, la de otros es bien acompañada. "Mientras no me fallen las muñecas, no sufriré de soledad", me digo antes de dormir. 

Lo peor es no ser como esos idiotas que lo dan todo por amor. Yo lo tengo claro, el amor para mí mismo que bastante caro está. Otra vuelta más de cama. En el fondo sabemos que el peor momento es que el mejor momento pudo haber pasado. No es que quiera volver a vivirlo, simplemente puede llegar a doler no saber si lo que viene a continuación será mejor. Tenemos la certeza de que sí, pero quién sabe, quizás pasó mi momento como las hombreras o los sombreros de copa. Pero esto es lo que quiero, no un sombrero de copa sino incertidumbre, indeterminación. La seguridad está sobrevalorada. Además, para algo quiero ser periodista. 

Heisenberg me daría la razón. No sobre lo de los sombreros, ni sobre lo de ser periodista; sino sobre la seguridad y su sobrevaloración. Hasta el mero hecho de ser testigo influye en la realidad, introduce una variable. Ahora entiendo a los voyeurs. 

El caso es que me tiro de nuevo en la cama con todo apagado. He borrado todos los nombres de mi agenda, ahora todas las personas pasan a ser números, incógnitas en medio de una ecuación que se mantendrán al margen en espera del próximo problema. 

Algo dentro de mí llama y no responde o algo fuera de mí llama dentro y nadie contesta. Quizás sea un buen momento para dedicarme a la economía, total ya no siento nada. 

sábado, 1 de febrero de 2014

La historia de la iguana, el perro y el gato

Juan Luis es el vecino del quinto de la finca de aquí al lado, el número 27. Vive en la puerta 10, su casa parece una cueva; una galería de otra época donde tiempos pasados, frustraciones y tormentos se arrinconan entre el polvo de los muebles. La casa ha empobrecido en los últimos cinco años, la madre de Juan Luis había fallecido y la casa había perdido cierta chispa que la señora Maruja le daba; desde entonces, todo parecía más triste en aquel lugar. Apenas dos semanas después de la muerte de su madre, mandó quitar los espejos del pasillo y de la habitación, su madre era mujer muy presumida, Juan Luis solo dejó el del baño, solo en este podía ver reflejado su rostro cansado después de un trabajo que no le satisfacía, sus ojos tristes de esconderse, el avance de las entradas en su cabellera que comenzaba a ser escasa, “sufrimientos” diría él, y suspiraba, a veces pensaba que todo aquello no estaba hecho para él, que la vida estaba diseñada para chicos y chicas de medidas de anuncio, para cabrones sin escrúpulos y para tipos graciosos con suerte.

Pero en aquel piso Juan Luis no vivía solo; tres animales le acompañaban en su rutina diaria de pies arrastrados, sofá, televisión y comida precocinada para uno: una iguana, un perro y una gata. Amor, Recuerdo y Esperanza eran sus fieles acompañantes. La iguana fue la primera en llegar, Amor, llamada así porque todo el mundo lo veía como una rareza, que para tener una mascota lo normal era tener un perro, no una iguana por ello la crió en secreto, para no desagradar a su madre; le daba de comer en la oscuridad de la noche, jugaba con ella, mientras que durante el día se pasaba la mayor parte del tiempo escondida en su habitáculo, sin hacer el mínimo ruido para no ser descubierta y mostrar así su rareza. Al morir su madre, parecía haberse liberado pero solo en casa, nunca salía de allí, sin duda, era preciosa aunque los demás no lo supieran ver. Después llegó Recuerdo, un galgo maltratado por el tiempo y las carreras que la señora Maruja decidió recoger de la perrera; como con los recuerdo, mucha gente dudaba si era bonito o si era feo, que tenían cosas graciosas pero eran algo deformes, decían que se acababan volviendo locos, y quizás no les faltase razón, Recuerdo parecía que tenía bipolaridad, contaba Juan Luis, unas veces jugaba animadamente y era el ser más cariñoso que había tenido entre sus manos y otras en cambio, ladraba y ametrallaba de dolores la cabeza de nuestro vecino. Por último llegó Esperanza, esta llegó cuando la señora Maruja ya había fallecido, fue el regalo de un “amigo” suyo, Pedro, un casi novio que se hartó del miedo y la cobardía de Juan Luis respecto a su identidad sexual, este le dijo que se llamaba Esperanza porque sus ojos verdes podían mostrarle más de una vez el camino a seguir y que como la “esperanza es lo último que se pierde” era lo último que iba a tener de él si no decidía dar el paso.

Resulta que la mezcla de animales no fue tan buena como se esperaba, Recuerdo perseguía y ladraba día y noche a Esperanza, que no paraba de huir, mientras Amor, viendo que Recuerdo perseguía a Esperanza, se mantenía oculta en todos los rincones de la casa, siendo casi imposible dejarse ver.

Un día, Juan Luis salió a hacer su compra semanal, como él dijo, no era un tipo con suerte, y un cortocircuito comenzó a provocar un pequeño incendio en la esquina del salón junto a un montón de revistas viejas. Las llamas siguieron creciendo y comenzaron a propagarse por el salón donde se encontraban los tres animales;  a Recuerdo solo se le ocurrió comenzar a correr en círculos intentando abstraerse de lo que realmente sucedía, Amor, como había hecho durante toda su vida, siguió escondiéndose todavía más a pesar que el humo comenzaba a cubrir su escondite en lo más alto de la estantería, mientras que Esperanza y sus ojos verdes vislumbraron como única salida el balcón.

El humo que salió por el balcón alertó a los vecinos que rápidamente llamaron a los bomberos. Cuando Juan Luis llegó se encontró las cenizas del salón donde había pasado casi toda su vida, donde había llorado y recluido sus secretos; también encontró el cuerpo sin vida de Recuerdo que se había ensimismado tanto en él que no supo buscar una salida, lo mismo le había pasado a Amor, que de tanto esconderse, no pudo evitar la muerte; la única que se había salvado era Esperanza, quien se había refugiado en el balcón. 

Por la noche, cuando los bomberos ya habían limpiado las cenizas del incendio, se dio cuenta que su vida era como la de Amor y la de Recuerdo y que sus únicas soluciones para todo era dar vueltas sobre sí mismo y esconderse; fue entonces cuando miró a Esperanza y corrió raudo a por el teléfono y al escuchar a Pedro al otro lado de la línea le dijo:

-Recuerdo y Amor murieron de miedo, solo me queda Esperanza…y tú, no quiero tener miedo.

Hoy, Pedro ha vuelto a darle colorido al quinto piso del edificio del al lado, reciben miradas de sorpresa, pero nadie duda de que por primera vez en mucho tiempo, Juan Luis ha vuelto a sonreír y ha descubierto lo que es vivir.