jueves, 18 de septiembre de 2014

Las tres verdades

Entró en el bar con el mismo porte que los meses anteriores, vaqueros bien arreglados de un tono oscuro, zapatos marrones, una camisa lisa negra de mangas largas y su sonrisa de seductor instalada en la cara. Seguro, dio unos pasos hacia el interior de aquel local que frecuentaba, al menos, dos veces al mes, lo suficiente como para que se fuera ‘renovando’ la clientela. Aquel look elegante pero informal como se suele decir iba totalmente acorde con el estilo clásico que el bar irradiaba con sus paredes cubiertas de madera, su olor a buena cerveza, sus botellas alcohólicas de más de 10 años embellecidas por el polvo de la calidad, su ambiente denso, su luz tenue, su barra alargada, los cuchicheos de una clientela exquisita que buscaba en aquel lugar una nueva historia o contar una pendiente y por supuesto, su piano encima de un pequeño escalón usado, en ocasiones, de escenario.

Se acercó a la barra y pidió su cerveza favorita, una jarra bien fría de un barril traído de Alemania que decían daba una chispa especial en la mirada y un regusto singular al final de cada frase. Echó un vistazo a su alrededor y vislumbró al final de la barra a una chica pelirroja que jugaba a posar sus labios rosados en el vidrio de un vaso de whisky ‘on the rocks’. “Una chica Sabina” pensó él, “interesante” volvió a pensar mientras afilaba sus ojos oscuros y comenzaba sus pasos hacia ella no sin antes mirarse en el espejo de detrás de la barra y observar que sus cabellos rubios algo oscurecidos con el tiempo estaban perfectamente peinados y su camisa no mostraba ningún tipo de arrugas. De camino se recordó a sí mismo su norma: no más de tres verdades. Curiosamente, una ley parecida a la que ella, la chica Sabina de pelo anaranjado, se había impuesto: solamente dos verdades por noche.

Seguro de sí anduvo hasta el taburete contiguo a ella y se sentó pidiendo permiso con un leve gesto con la mano que ella respondió con un movimiento de cabeza silencioso. Tomó aire y un nuevo sorbo de cerveza y comenzó a hablar. Su belleza imponía mucho más de cerca que desde el otro extremo del bar, había algo en su mirada que se le clavaba, notó el hielo cortante en aquellos ojos marrones  y en la tez pálida salpicada con alguna que otra peca que dibujaba una impresionante silueta que descendía por su cuello y continuaba hacia una camisa blanca con dos botones desabrochados. En ese momento en el que su mirada se encontraba perdida imaginando los placeres que se escondían debajo de la blusa se advirtió de nuevo en silencio de la norma de las tres verdades, ya que aquella mirada oscura mostraba que era una de esas chicas tigre, esas mujeres frías que lanzan zarpazos al aire muchas veces en forma de besos y caricias. Se presentó con un nombre y una excusa falsa, decía que se encontraba de paso en la ciudad y que no conocía a nadie con un ridículo pero muy entrenado acento italiano del que ella se percató enseguida. Tendió su mano y le siguió el juego, nombre falso y, por supuesto, una mentira que justificaba su presencia en aquel local: había quedado con una amiga que no llegaba. Ambos contaron una historieta inventada del día tan duro que habían tenido, inventando por supuesto, el lugar de trabajo y el oficio que desempeñaban. Aunque las historietas estaban estudiadas, ambos descubrieron que el otro mentía, pero callaron, sonrieron y siguieron mintiendo, les divertía aquel juego, de hecho, ambos eran expertos en él.

Ella se excusó un momento para “llamar a aquella amiga que no llegaba” aunque en realidad aprovechó para apagar el móvil y borrar cualquier signo de haber estado llorando una hora antes. “Nadie nos molestará” dijo al regresar del baño, era la primera verdad que decía, él tras escucharla, se relamió al ver que ella entraba en su terreno. La conversación se deslizaba suave como las gotas del hielo que se iba derritiendo poco a poco dentro del vaso de whisky, parecía increíble pero las mentiras envolvían la noche haciendo que cada vez más estuvieran metidos en aquel mundo extraño que se acababan de construir o mejor dicho, que llevaban años construyendo y perfeccionando como un manual de supervivencia pero que había encontrado su lugar verdadero en aquel encuentro.  “Tienes unos ojos preciosos” , le dijo él fijándose en sus ojos marrones, era su primera verdad, una verdad totalmente buscada viendo que todo marchaba según lo previsto, aquella verdad solía ser una forma de acercarse todavía más y allanar el terreno, de normal no solía necesitar más que otra verdad, otras muchas veces ni siquiera hacía falta. Ella al escuchar tal piropo lo miró con su mejor mueca de agradecimiento y vergüenza y le dijo que era la primera vez que se lo decían, obviamente, mintió. Siguieron hablando y en esta ocasión el tema viró hacia las bebidas que ambos estaban tomando, él mintió al hacerse pasar por un experto en cervezas y explicarle las diferencias entre una cerveza alemana, una holandesa y otra irlandesa con argumentos bastante convincentes que quizás algún día había escuchado en alguna barra de algún bar; ella sonrió y contó otra historia falsa sobre cómo y por qué empezó a beber whisky evitando contar que el whisky había sido su única terapia a la noches de soledad tras su primer divorcio a los dos meses de casarse. 

Cuando él contaba una anécdota falsa de su trabajo falso comenzó a sonar en el viejo piano “Moon river” y ahí se deslizó sin quererlo su segunda verdad. “Me encanta esta canción”  se le escapó de sus labios al ver cómo los labios de ella la tarareaban de una manera hipnótica. “Sabrás bailarla entonces”, le propuso ella levantándose y ofreciéndole su mano; “se puede intentar” respondió conteniéndose el  aliento y el pulso al darse cuenta que había perdido su segunda verdad de forma inocente.

Bailando la notó cerca, notó su olor y cómo este le acariciaba el lateral de la cara, notó su piel fina deslizándose como si la música emanara de su poros, su cintura moviéndose al compás exacto, con pausa; sus manos frías dejándose llevar por el ritmo que él tenía que marcar…Se tranquilizó, o al menos eso intentó, y siguió el ritmo de la música como había hecho tantas veces antes con tantas mujeres diferentes aunque seguía sin entender por qué aquella vez se encontraba tan nervioso. Quizás fuera que nunca había sentido tantas verdades con un solo baile y unas pocas palabras. “Y dime, -dijo él mirándola y conteniendo la respiración- ¿tú también tienes un gato llamado Gato como la protagonista de la película?”, “claro, y desayuno todos los días viendo diamantes”. Sonrió y por un momento pareció que la música se paraba en aquel gesto. “Y tú, ¿también eres escritor?” preguntó mientras daba un giro con elegancia y su mirada oscura le arrebataba un suspiro; “me has pillado, de hecho escribiré algo sobre ti”, dijo de una forma en la que parecía seguirle la mentira tentando a la suerte al pronunciar su tercera verdad. “Si lo haces, que sea en tercera persona, nunca me gustaron los narradores como protagonistas” y con la suavidad de una hoja que cae de un árbol en pleno otoño, ella al terminar la canción, acabó su baile, se soltó y buscó refugio en su taburete y en su copa de whisky.

La acompañó con el pulso a mil y la mirada perdida en los ojos cerrados que ella ponía al beber. Nunca había tenido esa sensación, aquel miedo, sabía que era peligroso, que ella era peligrosa. Sus tres verdades agotadas, su dicción afectada por las curvas indomables de aquella mujer, el sudor frío por la espalda al verse reflejado en sus ojos y la sensación de inseguridad constante al escuchar el sonido que salía de aquellos labios, abismo entre el infierno y el paraíso. “Infierno y paraíso, en común tienen que solo llegas a ellos si estás muerto” pensó mordiéndose el labio. Nervioso  y con el tembleque en la mano y sabiendo que se arrepentiría de ello hizo el ademán de marcharse. “Mañana tengo una reunión importante, debería irme a descansar ya” mintió, no sin dificultad.  

-Bésame, sabes que me encantan las mentiras –le dijo ella lanzándole su mejor mirada felina


Él volvió a perderse en aquellos ojos, le temblaron los labios, un escalofrío recorrió su cuerpo, entonces se dio la vuelta y se marchó sin besarla; ya había gastado todas las verdades aquel día.

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