viernes, 9 de mayo de 2014

El momento

Llegó ese momento. Sí, ha llegado; no hay versos susurrándome al oído. Lo he intentado y he fallado, no he fracasado mas no puedo. Poesía, verso y rima se han olvidado de esta primavera. Camino de nuevo solo evitando escuchar mis pensamientos; no hay nada, quisiera hacer cosas horribles para sentir culpa, pero no puedo. Quisiera encaramarme a la próxima farola y ser arrestado por desorden público. Quisiera poder enamorarme en cada esquinad e una mujer anónima diferente pero ya no veo en andares ajenos motivos por los que sonreír. Quisiera llorar con la canción más romántica jamás bailada a los faros de un coche no obstante no recuerdo ni siquiera el tacto de lágrimas sentidas. Pero sobre todo, quisiera escribir, quisiera que cualquier decepción, cualquier alegría, cualquier duda, esperanza, argumento casual o causal, lo que sea, me diera una rima, un verso, un latido más fuerte que el anterior, un algo para escribir, pero no puedo.

La música hace tiempo que no suena. Viernes, las nueve de la noche y en mi cabeza lleva siendo madrugada desde hace tres horas. Sin embargo, sonrío. No hay nada más triste que contar las penas a otro que tiene penas que desconoce. No hay nada peor que contar unas penas que no se sienten. No me vengas con qué me pasa y pretendas ser la excepción entre todas mis cartas, aunque haya símiles que suenen útiles no quiero caras largas ni preguntas. Te hablo a ti cuando es a mí a quien me dirijo; nada más ególatra que hablarse a sí mismo en segunda persona. Pues sí que lo hay, hablarse en tercera, pero tengo miedo a no entenderme e ignorarme. Hoy recuerdo lo que era hablar con mi segundo nombre. Nada más lejos que abrazarse a la almohada y acariciarse la cabeza para notar que alguien te mima. 

Al final me quejo por simple derrotismo o quizás por compleja forma de victoria, el quejarse deja un cierto regusto en el paladar, como un vino peleón. Quizás me debería dedicar a la política.     

Qué solo estoy, qué solo estás, que solo está, qué solos estamos. Yo, tú, él y nosotros; en el fondo todos lo estamos, ya nos lo dijo García Márquez: 'Cien años de soledad'. Lo que pasa es que hay soledades y soledades. La mía es acompañada de nadie, la de otros es bien acompañada. "Mientras no me fallen las muñecas, no sufriré de soledad", me digo antes de dormir. 

Lo peor es no ser como esos idiotas que lo dan todo por amor. Yo lo tengo claro, el amor para mí mismo que bastante caro está. Otra vuelta más de cama. En el fondo sabemos que el peor momento es que el mejor momento pudo haber pasado. No es que quiera volver a vivirlo, simplemente puede llegar a doler no saber si lo que viene a continuación será mejor. Tenemos la certeza de que sí, pero quién sabe, quizás pasó mi momento como las hombreras o los sombreros de copa. Pero esto es lo que quiero, no un sombrero de copa sino incertidumbre, indeterminación. La seguridad está sobrevalorada. Además, para algo quiero ser periodista. 

Heisenberg me daría la razón. No sobre lo de los sombreros, ni sobre lo de ser periodista; sino sobre la seguridad y su sobrevaloración. Hasta el mero hecho de ser testigo influye en la realidad, introduce una variable. Ahora entiendo a los voyeurs. 

El caso es que me tiro de nuevo en la cama con todo apagado. He borrado todos los nombres de mi agenda, ahora todas las personas pasan a ser números, incógnitas en medio de una ecuación que se mantendrán al margen en espera del próximo problema. 

Algo dentro de mí llama y no responde o algo fuera de mí llama dentro y nadie contesta. Quizás sea un buen momento para dedicarme a la economía, total ya no siento nada. 

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