sábado, 23 de julio de 2011

Verano inglés.

Oscurecía ya en el pequeño pueblo costero, y los jardines que conducían a la playa estaban llenos de gente; ellos dos eran otros dos más, otros dos jóvenes que habían encontrado en sus labios otra manera de disfrutar de aquel hermoso día de verano inglés. Ella iba abrazada a él, él seguía en su nube mientras observaba en ella sus pequeñas y múltiples pecas que daban gracia y expresión a su delicada tez blanquecina de la cual resaltaba una bonita sonrisa blanca.
Llegados al muelle, él la rodeó con sus brazos, miró al mar, miró la Luna, que ya asomaba su cuerpo tímidamente, y miró los hermosos ojos verdes que en su acompañante relucían, le apartó uno de los mechones negros que le caían a ella del pelo, y entonces la volvió a besar; no sabe cuanto duró aquel beso, quizá duró varios minutos como tan solo un instante; entonces, otra vez sus miradas se vuelven a cruzar, otro beso furtivo,ella se hace de rogar y suelta otra de sus sonrisas pícaras que aún siguen levantando dolores de cabeza a más de uno, y luego otro beso, y otra mirada, y así hasta que la Luna era el único instrumento de luz en aquel pequeño paseo playero.
Ambos volvieron abrazados, cogidos cual pareja dulcemente enamorada, cuando se fueron a despedir,él le fue a besar, creyó que era el principio de algo, ella se resistió, no quería nada más, quizás realmente fuera un principio de algo, era el principio del fin.

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