lunes, 19 de mayo de 2014

'Vaivuelta'

‘Vaivuelta’ es una chica que se paseaba por mi calle con su guitarra todos los días; lógicamente ese no era su nombre, pero nadie sabía cuál era en realidad, así que era la única forma de referirse a ella. A las siete de la tarde se ponía en la esquina y cantaba, como si fuera un trabajo de obligado cumplimiento. Nadie sabía a qué se dedicaba, qué hacía antes de las siete de la tarde ni que hacía después, simplemente cuando el reloj de la parada del bus marcaba las siete de la tarde, la calle se pausaba, se mantenía en ‘standby’ y ella aparecía con su guitarra a la espalda. Se hacía el silencio; daba igual la época del año que fuera, siempre que llegaba, llenaba de color el momento. Solo faltaba los días de lluvia, esos días, según ella misma decía, eran los días en los que los peces buscan el nuevo oxígeno que les da la lluvia y era cuando escribía sus canciones. 


Así pasaban los días, ‘Vaivuelta’ llegaba puntual a las siete de la tarde de no se sabe dónde y se quedaba una hora, algunos días más, sobre todo si era un día primaveral donde ella se conjugaba con el canto de los pájaros y todos buscábamos una excusa para pasear por la zona y admirar su voz. Aunque había a gente a la que no le gustaba. Daba mala imagen decía, pero yo creo que no les gustaba lo que escuchaban en sus letras. No eran incendiarias, sino sin ninguna duda, le habrían multado; eran letras que promulgaban la calma, que hacían pensar, que hacía olvidarse del consumismo, criticaba la forma de actuar de la sociedad siempre viendo en los resultados económicos los triunfos y los desastres, la mentira que nos habían vendido. Decía que nos encontrábamos en un espejismo donde todo lo material era solo la construcción de un Dios baladí, un Dios que se había erigido sobre todos como una forma única de pensamiento. Lo llamaba 'la pecera', y nos veía como peces que, encerrados en urnas de cristal, veíamos en las piedras y los adornos que nos ponían delante la 'verdad' y que el mar se lo repartían entre una minoría. 

Tenía algo mágico en su voz. Magnetismo, seducción, alegría, esperanza; algo de lo que estábamos faltos en aquellos días de primavera. Quizás fuera su despampanante sonrisa que brillaba debajo de sus mofletes a veces rosados después de unas cuantas canciones. O tal vez el secreto se encontrase en su mirada y en su forma de fruncir el ceño al cantar. O en la forma que tenía de tocarse y apartarse el pelo de la cara. Sin duda era diferente, no quizás físicamente, ni en la forma de vestir, era algo en su forma de actuar, de cantar, de moverse, de bajar del bus...suavidad, elegancia, desafío, alegría, serenidad y un sinfín de adjetivos que dejaban descolocados a más de tres y de cuatro.

Ella cantaba, seguía con su teoría de la pecera y de los peces que tristes y aburridos van y vienen del trabajo a casa y de casa al trabajo, gastando su vida en tener cosas que no servían para más que para ocupar su tiempo. Cantaba contra la televisión, contra los estereotipos de belleza que promovía, contra el modelo de vida establecido, contra la industria musical...y la gente le escuchaba. Pero no como ella quería. La gente se memorizó sus canciones sin saber su contenido. Alababan la voz de aquella joven mas no pensaban en lo que decía. Y así fue pasando día tras día. Los vecinos estaban encantados con la voz de 'Vaivuelta' pero ella se comenzaba a desesperar por ver que sus reivindicaciones caían en un pozo sin fondo. Además, algunos 'tiburones de pecera', como los llamaba ella, comenzaban a mosquearse ante las letras de la cantautora, ya que estos sí que escuchaban las letras y comenzaron a tildarle de alborotadora, de dar mala imagen y de 'utópica'. 

Un día después de una semana de lluvias no se presentó en la calle. La gente había salido a los balcones porque sabían que después de la lluvia vendrían sus nuevas letras, pero no apareció. Y así otro día, y otro, y otro. Y se preguntaron dónde estaría la joven durante cuatro días. Al quinto estrenaron un nuevo programa de televisión y nadie en la calle se preguntó qué sería de 'Vaivuelta'. 

Algunos rumores dicen que vieron a 'Vaivuelta' haciendo auto-stop en la carretera con destino al aeropuerto queriendo huir de la pecera. Nunca llegó a coger ningún avión. Nunca llegó a salir de la pecera. Eso sí, una nota apareció entre los escombros al tercer día de desaparecer:

"Hace más de dos años que esta esquina ha sido mi bombona de oxígeno. Cantar es una forma de cambiar el mundo, aunque este esté sordo. Lo que digo no gusta, estamos dormidos, deambulamos, y quien intente despertar se ahoga en la pecera. He despertado y me estoy quedando sin oxígeno, alguien comienza a estrechar esta bombona. No dejéis nunca de cantar, no dejéis nunca de rebelaros; sino, estaremos eternamente dormidos, ojalá algún día todos salgamos de la pecera." 

Nunca se encontró a 'Vaivuelta', nunca volvió a aquella esquina, solo su guitarra en una cuneta con un papel entre las cuerdas que decía: 
"Hiere más la poesía que las balas, 
que alguien haga que un verso valga más que cualquier billete. 
La pecera me ahoga." 

Y de vez en cuando, con los repliques de las gotas de lluvia contra el suelo algunos aseguran oír la voz de 'Vaivuelta' cantar entre el agua clamando contra la pecera. 


viernes, 9 de mayo de 2014

El momento

Llegó ese momento. Sí, ha llegado; no hay versos susurrándome al oído. Lo he intentado y he fallado, no he fracasado mas no puedo. Poesía, verso y rima se han olvidado de esta primavera. Camino de nuevo solo evitando escuchar mis pensamientos; no hay nada, quisiera hacer cosas horribles para sentir culpa, pero no puedo. Quisiera encaramarme a la próxima farola y ser arrestado por desorden público. Quisiera poder enamorarme en cada esquinad e una mujer anónima diferente pero ya no veo en andares ajenos motivos por los que sonreír. Quisiera llorar con la canción más romántica jamás bailada a los faros de un coche no obstante no recuerdo ni siquiera el tacto de lágrimas sentidas. Pero sobre todo, quisiera escribir, quisiera que cualquier decepción, cualquier alegría, cualquier duda, esperanza, argumento casual o causal, lo que sea, me diera una rima, un verso, un latido más fuerte que el anterior, un algo para escribir, pero no puedo.

La música hace tiempo que no suena. Viernes, las nueve de la noche y en mi cabeza lleva siendo madrugada desde hace tres horas. Sin embargo, sonrío. No hay nada más triste que contar las penas a otro que tiene penas que desconoce. No hay nada peor que contar unas penas que no se sienten. No me vengas con qué me pasa y pretendas ser la excepción entre todas mis cartas, aunque haya símiles que suenen útiles no quiero caras largas ni preguntas. Te hablo a ti cuando es a mí a quien me dirijo; nada más ególatra que hablarse a sí mismo en segunda persona. Pues sí que lo hay, hablarse en tercera, pero tengo miedo a no entenderme e ignorarme. Hoy recuerdo lo que era hablar con mi segundo nombre. Nada más lejos que abrazarse a la almohada y acariciarse la cabeza para notar que alguien te mima. 

Al final me quejo por simple derrotismo o quizás por compleja forma de victoria, el quejarse deja un cierto regusto en el paladar, como un vino peleón. Quizás me debería dedicar a la política.     

Qué solo estoy, qué solo estás, que solo está, qué solos estamos. Yo, tú, él y nosotros; en el fondo todos lo estamos, ya nos lo dijo García Márquez: 'Cien años de soledad'. Lo que pasa es que hay soledades y soledades. La mía es acompañada de nadie, la de otros es bien acompañada. "Mientras no me fallen las muñecas, no sufriré de soledad", me digo antes de dormir. 

Lo peor es no ser como esos idiotas que lo dan todo por amor. Yo lo tengo claro, el amor para mí mismo que bastante caro está. Otra vuelta más de cama. En el fondo sabemos que el peor momento es que el mejor momento pudo haber pasado. No es que quiera volver a vivirlo, simplemente puede llegar a doler no saber si lo que viene a continuación será mejor. Tenemos la certeza de que sí, pero quién sabe, quizás pasó mi momento como las hombreras o los sombreros de copa. Pero esto es lo que quiero, no un sombrero de copa sino incertidumbre, indeterminación. La seguridad está sobrevalorada. Además, para algo quiero ser periodista. 

Heisenberg me daría la razón. No sobre lo de los sombreros, ni sobre lo de ser periodista; sino sobre la seguridad y su sobrevaloración. Hasta el mero hecho de ser testigo influye en la realidad, introduce una variable. Ahora entiendo a los voyeurs. 

El caso es que me tiro de nuevo en la cama con todo apagado. He borrado todos los nombres de mi agenda, ahora todas las personas pasan a ser números, incógnitas en medio de una ecuación que se mantendrán al margen en espera del próximo problema. 

Algo dentro de mí llama y no responde o algo fuera de mí llama dentro y nadie contesta. Quizás sea un buen momento para dedicarme a la economía, total ya no siento nada.